La ficción es la única realidad
Elegir, de eso se trata. Habitualmente los personajes de Ang Lee deben elegir entre la vida más o menos establecida o eso que va surgiendo en su interior, progresivamente: los conflictos pasan, entonces, entre el deseo y su represión. Desde el doctor Bruce Banner a Ennis en Secreto en la montaña, siempre hay algo que aparece subyugantemente y de lo que dudamos (los conflictos pueden ser sociales, sexuales, raciales…). Pero a Lee le interesan los que dudan, no los que están seguros de esos cambios. Sin embargo en Una aventura extraordinaria, el director pone al espectador en el lugar de ser también el que decide, el que elige. Y en esa elección, se juega el poder de la ficción como reconstrucción de la realidad y puesta en escena simbólica. ¿Creer lo que es o lo que se quiere creer? Esa es la cuestión.
Lo que hay que creer, es lo que cuenta Pi Patel: un viaje en un barco repleto de animales, un naufragio y la supervivencia en un bote, junto a un tigre de bengala como amable y único compañero de travesía. Esa historia, además -que un Pi adulto le cuenta a un escritor cual Keyser Soze de la literatura infantil-, es la del crecimiento del protagonista, la del pasaje de la adolescencia a la adultez. Una historia de vida, pues, con su tufillo moralizante y todo. Y esa historia, la que se ubica estratégicamente en el centro del relato/film y que Ang Lee narra con maestría, es la que le da la fuerza a Una aventura extraordinaria, adaptación de uno de esos libros que tras la aventura ocultan un peligroso fin aleccionador del que la película no puede escapar del todo. Pero como insiste Lee, a riesgo de volverse demasiado explícito, uno cree o elige creer lo que quiere.
Una aventura extraordinaria tiene defectos y una virtud: por ejemplo es demasiado lavada (sin mencionar su pintoresquismo o su monserga new age), aquellos tramos que ocurren en el presente, con el entrevistador y el entrevistado, son de una linealidad y sosera abrumadora, diría que casi calculada. Y calculada, digo, porque de esa manera el contrapunto con la historia que narra Pi se hace más evidente. Por eso es que su virtud es la de ser totalmente autoconsciente de sus limitaciones. Y en el cuento dentro del cuento es donde Lee libera su talento y construye un gran relato de aventuras tradicional, a fuerza de un alto impacto visual. El director utiliza el 3D con un fin expresivo, y por fin esta técnica se justifica: hay planos bellos, hay apuesta a la profundidad de campo que devela lentamente lo exótico de la propuesta y también hay impacto (la escena de peces voladores, el tigre irrumpiendo sorpresivamente en pantalla). Cuando todo esto confluye (la pericia técnica, la narración precisa, la plasticidad de las imágenes), el film toma un vuelo asombroso. Y se reflejan Salgari, Stevenson, Verne, Kipling, Dumas. Si al ecléctico Lee le faltaba algo, era el cuento infantil de aventuras: aquí lo tienen.
Pero cuando Una aventura extraordinaria da el giro final (que aquí no revelaremos) y descubrimos las capas posibles de la ficción, es cuando comprendemos que Lee ha dado un largo rodeo para volver otra vez a sus obsesiones: el hombre contra su propio deseo, contra aquello que surge y se opone a lo establecido. Pero ha pasado que Una aventura extraordinaria (y su protagonista) decidió contarlo por medio de la metáfora, aunque de alguna forma explica esa metáfora y ahí se acerca nuevamente a sus limitaciones. Porque por fuera de esa travesía entre Pi y el tigre, la película puede ponerse excesivamente discursiva y hasta descreer de las imágenes -extraño en una película que cuenta con imágenes tan subyugantes-, poniendo el mensaje por delante del relato. Y en este cuento dentro del cuento que es Una aventura extraordinaria, nos vemos obligados a segmentar y elegir: y es así como preferimos ese tramo de aventura, que aquel que transcurre en el presente. La lucha, dice la canción, es de igual a igual contra uno mismo. Una aventura extraordinaria no sólo no logra que el pasado revitalice el presente y el film justifique ese quiebre temporal, sino que comete en esa fricción interna del relato el error de minimizar sus varios logros. Una película que pretende llegar a algún tipo de verdad, no se puede dar el lujo de reflejar mejor la mentira que la verdad. Más allá de que esa mentira adquiera por momentos rasgos de gran cine.