Queríamos tanto a Wilson
Hollywood tiene gran fascinación con Bollywood. Hace bastante tiempo, se dieron cuenta la cultural proveniente de la India, logra congeniar en forma, al menos artificial y superficial con la occidental. A los estadounidenses les encantan los estereotipos culturales y la hindú, entre su fe religiosa, sus bailes exóticos – para ellos – y sus colores, congenia con cierto espíritu american dream, que se ha perdido bastante en las últimas 5 o 6 décadas. Quizás tratando de recuperar ese sueño, salen a encontrarlo en otras naciones. Sin embargo, no se dan cuenta que solo ven colores, efectos especiales, y justamente, estereotipos. Regresando a obras como Quién Quiere ser Millonario – por ejemplo – podemos encontrar que esa fascinación nace de un deseo conservador clásico e inverosímil.
Una Aventura Extraordinaria, se nutre de la mitología y folclore hindú, de la narración fabulesca, casi infantil – no muy diferente a la de El Curioso Caso de Benjamin Button – para mostrarnos un mundo muy colorido, pero al mismo tiempo irreal.
La película comienza con un escritor canadiense que buscando historias para una novela, se encuentra con Pi, un inmigrante hindú que tiene “algo para contar”. Ese algo, es justamente, su vida, y el episodio que lo marcó por siempre. A través de un flashbacks que empieza con la historia del tío de Pi y la explicación de su nombre, y continúa con la crianza del personaje en el zoológico del padre. Ang Lee se regodea para exhibir el zoológico en toda su magnitud aprovechando el efecto 3D y proporcionando volumen a los animales, haciéndolos reales. El resto de la primera parte carece completo de este recurso. En el zoológico, Pi, conoce a Richard Parker, el feroz tigre del mismo. Tras describir su adolescencia demostrando su facilidad para salir de problemas, Pi debe viajar a Inglaterra con su familia, y los animales. El barco naufraga y el personaje queda a la deriva en una chalupa con Richard Parker, una cebra, una hiena y un orangután.
El resto del relato es la supervivencia del protagonista en medio del océano evitando que el tigre se lo coma, tratando paulatinamente de amaestrarlo.
El grave problema del film no es tanto su premisa – que en su relato simbólico y la relación de los protagonistas remite directamente a Naúfrago de Zemeckis – sino a su completa artificialidad. Ang Lee, que en otros tiempos supo aportar no solo un alto nivel estético a su cine, sino cierta humanidad, personajes sólidos, creíbles, se regodea y termina desnivelando el film hacia el punto de vista artístico perdiendo la pista de la narración, que después de media hora se vuelve morosa, previsible y repetitiva. Los efectos digitales son tan obvios y Richard Parker está tan animado, que no se llega a generar suspenso ni tampoco empatía por el relato. La pobre expresividad del joven Suraj Sharma no ayuda a crear un mínimo de preocupación. Los estados anímicos del protagonista no son creíbles. Los animales que los rodean no generan miedo, porque Lee no crea la suficiente tensión para generar suspenso, y en cambio se enamora más del carácter preciosista simbólico fascinante de las “maravillas” de la naturaleza. O sea, bajo el bote de PI, el universo submarino se parece más al de La Sirenita que a uno real.
Demasiados colores, demasiado brillo. Peces que vuelan, suricatas que llenan la pantalla con sus extraños movimientos; una pintura admirable digitalmente, pero sin alma ni espíritu.
Si la película se parece más a un libro para colorear o troquelado que a una narración es porque descuida completamente el concepto para centrarse en el espectáculo extendiendo situaciones simples, dándole un clima pretencioso. ¿Ang Lee busca otro Oscar acaso?
Como si fuera poco, el pobre guión de David Magee – el irresponsable de otro bodrio sobrevalorado como Descubriendo el País de Nunca Jamás - termina con una moraleja religiosa predecible, una vuelta de tuerca que aniquila el sentido del film.
Es inobjetable la calidad técnica y visual empleada al servicio del director, que debería volver a sus humildes homenajes en comedias menos pretenciosas como El Banquete de Bodas, Comer, Beber, Amar o Bienvenido a Woodstock o – en menor medida - los dramas intimistas como Secreto en la Montaña y Crimen y Lujuria. Pero estos intentos de quedar bien con Hollywood terminan siendo fallidos por su grandilocuencia y exceso audiovisual (demasiada influencia de Avatar). La neutralidad del elenco secundario tampoco aporta demasiado, incluyendo a un Gérard Depardieu completamente desaprovechado.
Para ser fanático de los géneros como dice ser, Ang Lee necesita ver un poco más de cine de aventuras. Quizás podría empezar con el díptico El Tigre de Eschnapur y La Tumba India de Fritz Lang, que tiene los mismo elementos étnicos que Una Aventura Extraordinaria y sin recurrir a efectos especiales.
No tengo dudas, entre un tigre vivo pero computarizado y una pelota de volley maquillada, la segunda es una compañera más real – y menos peligrosa - a la hora de naufragar. ¡Wilsoooooooooooooon!.