En la tierra de los hombres sin piel.
Por regla general casi siempre que el cine estadounidense pretende avanzar sobre el denominado “tópico África”, termina poniendo de manifiesto su hipocresía y/ o falta de capacidad analítica para abarcar una serie de procesos históricos que involucran calamidades de todo tipo, las cuales a su vez se extendieron al país del norte durante el período de su organización territorial y administrativa. Al momento de establecer alegorías entre los afroamericanos actuales y la miseria de los negros nativos del continente olvidado, la única opción de Hollywood se reduce a reconocer que penurias como la esclavitud y la pobreza extrema quedaron en el pasado sólo para los privilegiados de la “fast food nation”.
De hecho, por ese problema de sinceridad ideológica obligada, el tema suele ser bastante escurridizo en lo que respecta a su visivilización dentro de la colección de obras testimoniales que irrumpen en la cartelera anual. De manera persistente las películas mejor encaminadas a nivel narrativo y actitudinal se paran en una postura de centroizquierda similar a la de Una Buena Mentira (The Good Lie, 2014), un convite de tono apaciguado y resonancias humanistas que se mete con las consecuencias de la segunda guerra civil de Sudán y en especial el martirio de los niños refugiados que llegaron a recorrer miles de kilómetros hacia Etiopía y Kenia en busca de alejarse del repiquetear de las ametralladoras.
El prólogo da cuenta de la orfandad de un grupo de hermanos a fines de los 80, su peregrinaje por la llanura salvaje y el arribo a un campamento de inmigrantes. Luego de más de una década viviendo en el lugar y con el conflicto todavía en auge, los jóvenes son elegidos para un programa de reubicación que les permitirá viajar a Kansas y experimentar las oportunidades -y la alienación subsiguiente- del estilo de vida de los blanquitos u “hombres sin piel”, según los morenos. El gancho comercial del film pasa por la presencia de Reese Witherspoon en el papel de la representante de la agencia laboral encargada de encontrar trabajo a los expatriados, quienes a su vez arrastran todo el tribalismo de su tierra.
Si bien la trama comienza con la andanada esperable de clichés en materia de diálogos y situaciones, por suerte la propuesta pronto complejiza el apartado narrativo, enfatiza el desarrollo de personajes y decide centrarse en los sudaneses, relegando al trasfondo a la estrella de turno (aun así, hay que admitir que Witherspoon cumple dignamente). El realizador canadiense Philippe Falardeau demuestra su sagacidad al ofrecer una versión light de una de las grandes obsesiones del cine antropológico a la Peter Weir, el choque de culturas, y hasta se aventura más allá profundizando en la psicología de sus protagonistas, algo que ya había hecho en la interesante Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar, 2011)…