Bradley Cooper es Adam Jones, un maestro chef que construyó una impecable carrera en restaurantes cinco estrellas de París, y luego lo destruyó consumiendo drogas y volviéndose un soberbio maltratador que nadie aguantaba. Dándose cuenta de sus errores, se impone a sí mismo una penitencia y luego de dos años decide volver al ruedo y recuperar su buen nombre como chef. Este es el escenario que nos plantea esta película. Elige Londres como su nuevo campo de juego, y con la ayuda del hijo de su padrino profesional, Tony (Daniel Brühl) intentará redimirse y abrir el mejor restaurante del mundo.
Para eso necesita dos cosas: la primera, armar un dream team de chefs en una narrativa deportiva de búsqueda y pruebas a los aspitantes. La segunda y más importante, ganar tres estrellas en la Guía Michelin, una prestigiosa publicación que entrega premios a restaurantes y hoteles desde hace casi un siglo. Las tres estrellas son una especie de Oscar de los restaurantes. De hecho en Londres sólo hay cuatro restaurantes que conservan actualmente ese galardón, y nuestro protagonista quiere ser el quinto. El problema con Adam es que amén de haber dejado las drogas, no ha cambiado nada en su vida. Sigue siendo el maldito soberbio que nadie soporta, y se le hace difícil encontrar un equipo que sea rendidor y leal.
El personaje principal, si bien goza de la mayor parte del tiempo en pantalla, no logra generar empatía ya que su hijaputez supera ampliamente su redención, y bien podría ser Gordon Ramsay, que es igual. La protagonista femenina Helene (Sienna Miller) representa uno de los más repetidos estereotipos, como parte del equipo de chefs de Adam. Maltratada por un jefe abusivo, y una madre soltera que necesita el trabajo; acaba encontrando sin motivo aparente el lado tierno de Adam y acaban enamorándose. Un cliché tan grande que la actriz parece interpretarla de memoria, sin agregar nada nuevo al personaje que nos llame la atención. Otras actrices como Uma Thurman y Alicia Vikander, que podrían haber aportado una interpretación más variada, tienen minuto y medio de aparición en toda la película. Una pena, porque representan caminos que de haber sido tomados por la narración, hubieran aportado buenos momentos.
“Una buena receta” es el ejemplo perfecto de cómo buenos ingredientes no hacen un buen plato. Si ponemos en su mayoría buenos actores, pero no les damos personajes bien escritos o una historia original con la que trabajar, el resultado será una película sin mucho gusto a nada. La cocina cinco estrellas está de moda, y observar los platos desfilar ante nuestros ojos en unos pulcros escenarios; es un elemento con mucho potencial para explotar. Pero el guión resulta demasiado predecible y forzado como para darle una vuelta de tuerca al ambiente de cocina que ya hemos visto en varias películas. Entretenida, pero no más que eso. Para ver en casa, pero después de comer eso sí. Sino tanta fotografía de comida va a darnos mucho hambre.