Un drama gastronómico que no estimula demasiado el apetito
i“Dulce y salado, como la vida misma”, reza el afiche promocional de Una buena receta. Que la frase se ubique justo debajo de la imagen de un Bradley Cooper en pose Luis Majul –mirada fija a cámara, brazos cruzados, rostro de circunstancia, serio a la vez que desafiante– invita a suponer que en la rutina del chef que aquí le toca en suerte no hay azúcar ni sal; más bien vinagre. Los primeros minutos validan el carácter apesadumbrado de su personaje, el otrora reputado Adam Jones, mostrándolo en pleno exilio en Nueva Orleáns, a donde partió con la idea de purgar las culpas de sus adicciones y perfeccionismo pelando un millón de ostras. El cumplimiento de la condena autoimpuesta conllevará el inicio de un segundo desafío personal: recuperar el prestigio perdido en Europa.La premisa de regreso a los orígenes y reencuentro consigo mismo resultará familiar. Sin ir más lejos, hace poco más de un año se estrenó Chef, cuyo arco narrativo punteaba algunos acordes similares al de Una buena receta. La diferencia, como en toda buena comida, está en la calidad de los ingredientes y la sabiduría a la hora de mezclarlos: si el realizador Jon Favreau –el mismo de Iron Man y la inminente versión live action de El libro de la selva– utilizaba la gastronomía como sutil metáfora de la industria cinematográfica, John Wells (director del drama coral Agosto) elige limitarse a cocinar la enésima versión de un recorrido con ínfulas expiatorias y la búsqueda del éxito personal y laboral como norte innegociable.Los problemas para Adam comienzan ni bien pise el Viejo Continente. Allí las cosas no quedaron del todo bien con ex socios y colegas aún dolidos por su tendencia a los berrinches y excesos, quienes rechazan de plano su regreso aparentemente consagratorio. Lo mismo ocurre con la crítica gastronómica Simone Forth, uno de los dos personajes (el otro es el de la psicóloga de Emma Thompson) incrustados en la trama menos por necesidades dramáticas que por la oportunidad de incluir en el elenco a una figura como Uma Thurman. Una serie de vueltas de guión le volverán a abrir las puertas del restaurante a cargo de Tony (el alemán de origen español Daniel Brühl), permitiéndole también reunir a gran parte de sus viejos conocidos para, ahora sí, ir su tercera y anhelada tercera estrella Michelin.El guión de Michael Kalesniko y Steven Knight propone paralelismos entre la vida y la gastronomía con evidencia y sin sutileza, convirtiendo la dinámica culinaria en un espejo de las tensiones entre los personajes. En ese sentido, el extraño mérito del film es el de hacer del arte del cuchillo una competencia tortuosa y de quienes la practican, una galería de hombres y mujeres al borde del desquicio, disociando el placer de la ingesta del de la cocina. Wells, entonces, filma la comida sin regodeo, con frialdad y distancia, como si supiera que ella es, al menos en este caso, apenas una herramienta, convirtiendo al film en un drama gastronómico que no estimula el apetito.