Obsesión a la carta
En tiempos de apogeo de la comida gourmet y devoción por el #foodporn, John Wells y Bradley Cooper presentan una comedia dramática sobre la caída y ascenso de un chef que va en busca de su tercera estrella Michelin.
Adam Jones (Cooper) es un prestigioso cocinero que supo trabajar en la mejor cocina de París. Junto a un equipo de excelencia, creaban y combinaban sabores nunca antes degustados. Sin embargo, su frenético ritmo de vida y un combo excesivo de drogas, mujeres y alcohol, lo llevaron a la ruina y lo depositaron en un olvidado restaurant de Nueva Orleans en el que debería cumplir una penitencia autoimpuesta: pelar un millón de ostras.
Cumplido el castigo, Jones regresará esta vez a Londres para recuperar su prestigio, reivindicarse profesionalmente y redimir su pasado obteniendo su tercera estrella Michelín, símbolo de la perfección en el mundo de la alta cocina. Para ello reúne un equipo de muchas caras viejas y algunas nuevas, entre los que están Sienna Miller, Daniel Brühl, Riccardo Scamarcio, Omar Sy y Sam Keeley.
A partir de ahí, el derrotero de la película se alimenta de la trama amorosa entablada con Helene (la sous chef de la cocina encarnada por Sienna Miller), la competencia con el restaurant de un antiguo colega de París (Matthew Rhys) y el acoso de dos miembros de la mafia francesa que vienen a cobrar una vieja deuda pendiente de Jones…
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A diferencia de otras películas como Chef (2014) o Amor a la carta (2013), cuyo encanto estaba en el vínculo de la comida con las relaciones humanas, John Wells -director de August: Osage County (2013)-, elige retratar la vorágine vertiginosa de la gastronomía de elite focalizándose en el frenesí constante, el trabajo bajo presión, el calor y la obsesión por la perfección. Un mundo que, oculto tras bambalinas, contrasta con el clima silencioso y elegante que rodea a los comensales de este tipo de restaurantes.
Una buena receta es una película bastante lineal que, si bien no llega a aburrir, tampoco alcanza para emocionar. La previsibilidad de un guión repleto de giros esperados y lugares comunes conducen a una redención que se obtiene sin demasiada pena ni gloria. La presuntuosa declamación de personajes en exceso obsesivos y arrogantes por llevar a sus clientes a estados de éxtasis culinarios, choca a menudo con una filmación desapasionada y fría que contempla platos perfectamente decorados pero que, a la distancia, lucen bastante insípidos y poco tentadores.
Bradley Cooper lleva a su personaje con corrección, aunque sin demasiadas luces. Lo mismo puede decirse del resto del elenco. En realidad, lo mismo puede decirse de toda la película, que empieza y termina en un santiamén, como los patys que tiro en la plancha cuando no tengo tiempo para comer algo mejor: aburrido, sin cocción y sin demasiada gracia.