Una de cocineros que está bien
El cine de cocineros es atractivo, las tensiones y vínculos que se ponen en juego en una cocina caótica de algún restaurante famoso son excelente material cinematográfico. Está claro, en nuestros peores momentos nos enganchamos con la quinta edición de Mastercheff Australia, pero siempre podemos volver a ver Ratatouille (Brad Bird, 2007) que es una obra maestra, o nos podemos conformar con esta amable película de John Wells (Agosto -2013-, entre otras), llamada aquí Una buena receta.
El chef en cuestión es Adam Jones, interpretado con eficacia por Bradley Cooper, que es un genio de la cocina al cual la búsqueda obsesiva de la perfección le ha hecho ganar un par de estrellas Michelin (galardón codiciado por todos los chefs del mundo), y también caer en una espiral de degradación, adicciones y aislamiento social. Una buena receta comienza con el protagonista abandonando la etapa de rehabilitación, para empezar una de reconstrucción afectiva y profesional. Nos encontramos entonces con el conflicto principal, que es acerca de la posibilidad de reinvención, y sobre qué cuestiones uno puede redimirse y sobre cuáles no.
En pocos minutos entendemos que el regreso triunfal de Adam Jones a las altas esferas culinarias no será tan fácil: su objetivo es obtener su tercera estrella Michelin, pero antes deberá encontrarse con una serie de personajes, ex-socios y ex-amigos, que traerán al presente los conflictos del pasado, que generalmente tienen que ver con su carácter agresivo y con su ego incontenible.
En Una buena receta no se busca una reflexión sobre el acto de cocinar, o sobre el vínculo que tenemos con los alimentos. De hecho, más allá de algún diálogo aislado, poco se dice sobre el objeto culinario. Esta es una carencia de la película de Wells, que imagina la trastienda agresiva entre las cocinas de los grandes restaurantes, pero poco nos dice acerca de lo que allí realmente se hace. Encima se nos habla de preparaciones a las que la mayoría de los mortales jamás tendremos acceso, por lo cual, objetivamente, difícil se nos hará distinguir entre un cocinero y un chef-artista súper-sofisticado, aunque podemos adivinar que la cuestión, generalmente, se define por tamaño de egos y el reconocimiento de algún ente ajeno a toda realidad tangible, como la gente que hace la guía Michelin.
De todas maneras, estamos ante una película donde los personajes importan y que resuelve con total soltura los conflictos románticos. Hay un triángulo amoroso extraño de dos personajes enamorados de Adam. Uno es Tony, bien interpretado por Daniel Brühl, y la otra es Helene, encarnada con solidez por Sienna Miller. Sin subrayar ni exagerar nada, Wells explora estos vínculos sin prejuicios, captando las ambigüedades y sutilezas y logrando uno de los puntos más interesantes del film.
Una buena receta incluso tiene algún giro sorpresa y redondea una historia simple, a veces superficial pero bien contada que contradice una serie de críticas -creo que injustas-, que le piden a esta comedia dramática originalidad, vértigo, solemnidad filosófica y una actuación con la que Cooper gane el Oscar, todo al mismo tiempo.
Ante todo, hay que dejar de robar con el chamuyo de la originalidad por lo menos dos años.