Burnt comienza planteando que hay recetas famosas que las creó Dios y por ende no se pueden mejorar, pero que es el trabajo de los chefs intentarlo. Pareciera que es una línea autoreferencial, solo que la nueva película de John Wells (August: Osage County) utiliza una fórmula reconocida para llegar a un resultado familiar. Un enfant terrible de alguna disciplina –en este caso la cocina-, deja sus demonios atrás para consagrarse en el medio que alguna vez lo idolatró y luego le volvió la espalda. Nada nuevo en la viña del Señor, más allá de que su simple descarte como perpetuo cliché no parece del todo justo.
Tras un período fuera de la industria, el escritor Steven Knight (Dirty Pretty Things, Eastern Promises) volvió más prolífico que nunca con una seguidilla de estrenos. El inglés suma un proyecto de alto perfil detrás de otro entre series de televisión y producciones cinematográficas y no se puede esperar que todo lo que brille sea oro. Evidentemente debe haber quedado marcado por el mundo de la haute cuisine de The Hundred Foot-Journey, porque apenas un año después vuelve con un guión que gira sobre los mismos tópicos. Chefs difíciles, planos que hacen agua la boca, la permanente búsqueda del orgasmo culinario y de la esquiva tercera estrella Michelin. El resto es intercambiable.
Bradley Cooper encarna a Adam Jones, uno de esos personajes que a los actores con su personalidad se le dan sin esfuerzo. Tiene sus demonios internos –nos lo dicen, no los vemos- y alguna vez fue uno de los chefs más famosos. Tras un castigo autoimpuesto para limpiarse de todos los excesos, se propone una vuelta triunfal y para ello reúne a todas las personas que alguna vez pisoteó. Y Wells, un hombre al que le gusta trabajar junto a grandes elencos como demostró en su último film, convoca a cuanto nombre puede para papeles pequeños. El actor tres veces nominado al Oscar está secundado nuevamente por Sienna Miller –los dos en roles menos exigentes que en American Sniper-, así como por Daniel Brühl, Emma Thompson y Omar Sy. Después hay una importante cantidad de personajes pequeños para figuras en ascenso de la talla de Alicia Vikander, Lily James (prácticamente un cameo) o Matthew Rhys, igual que para gente de trayectoria como Uma Thurman.
Burnt, antes llamada Adam Jones y previo a eso Chef, quiere ser una comedia dramática, pero que no se destaca en ninguna de las dos ramas. Se deja ver, pero le falta el humor de otras apuestas recientes de mejor resultado, como The Hundred Foot-Journey o la misma Chef de Jon Favreau, y el costado de la búsqueda de redención del protagonista se aborda con más ligereza de la que necesitaba. Ni contra los críticos, colegas, jefes o rivales, la lucha del personaje de Cooper es una interior y nunca termina de explotar del todo. Él sabe desde el primer momento qué fue lo que tuvo para ser feliz y qué necesitaba para ser el mejor en lo suyo, solo que con el tiempo lo perdió de vista. Pero el espectador lo sabe perfectamente y lo tiene bien presente, por lo que más allá de alguna sorpresa que se reserva el guión, el recorrido es bastante corriente. Queda el festín visual que se propone en cada imagen, pero para ser un film que habla una y otra vez del frenesí culinario que se quiere lograr, sin dudas le falta pasión.