Se hizo puré, Chef
Bradley Cooper protagoniza este culinario drama que, como receta –no buena precisamente- repite lugares comunes y estereotipos sin preocuparse siquiera por servirlos de manera elegante. Un desfile de platos exóticos que despiertan el gusto gourmet mezclado de cursilería y una historia de redención ollas adentro.
Primero lo primero: un drama agridulce, Bradley Cooper se pasa de hervor, secuencias empalagosas, historia desabrida, para paladares exquisitos, muchos ingredientes no hacen un buen plato, peor gusto que un pancho con dentífrico. Una historia de venganza que se consume despacio como plato frío y muchas otras metáforas obvias que no hacen a la cuestión.
Lo cierto es que Una buena receta -2015- cansa, no sorprende a pesar del esmero en insertar el placer culinario en el público, tan en boga, porque el personaje de Bradley Cooper no logra empatía alguna. Su nivel de arrogancia es mayor al de la redención propia de todo film conducido por los andariveles del lugar común, que toma prestado al comienzo la estructura de film deportivo para hacer de la competencia ese plus sano que requiere el reclutamiento de un dream-team.
Obviamente, la excentricidad del protagonista Adam Jones –Cooper-, quien en una de sus tantas frases cursis explica a su interés amoroso, Helene -Sienna Miller-, que su meta es lograr orgasmos en los comensales cuando degusten sus platos y no simplemente que la gente concurra a su restaurant en Londres a comer, arrastra un pasado de excesos previo paso por las grandes ligas de París, que lo alejaron de las elites gastronómicas por sus adicciones y malas amistades. En plan de regreso y expiación esta vez para ganar la tercera “estrella Michelin”, algo así como el premio Nobel de la cocina, transita por su camino revolucionario, llevando al extremo la exigencia a su personal, el maltrato –otra vez- y la consabida recaída cuando las cosas no salen como se lo propone.
Si solamente el público se deja llevar por el desfile de colores, presentaciones de platos y los preparados a la velocidad de la luz, tal vez soporte con mayor predisposición este drama pasado de cocción, que puede darse la mano con Le Chef -2012-, aquella simpática comedia con el francés Jean Reno, donde también pululaban platos atractivos, aunque con cierto discurso crítico a las nuevas tendencias y al esnobismo en defensa de la tradición culinaria francesa, o la más cercana roadmovie fast food de Jon Favreau, Chef: la receta de la felicidad -2014-, sin perder de vista, claro está, Sin reservas -2007- en cuanto al elemento romántico de turno en el contexto del mundo chef.