La directora Mayra Bottero (el documental La lluvia es también no verte) encuentra, desde la primera imagen, formas bellas, y poderosas, de contar una historia conmovedora. Es la imagen de un hombre mayor que sostiene, con esfuerzo, las piezas de una cuna desarmada sobre sus hombros, visto a través de un tren que pasa por delante. Como si la ciudad le pasara por encima. Es Rodo, un abuelo, como dicta la cursilería, aunque ni es abuelo ni está cerca de ese estereotipo. Lo interpreta Carlos Rivkin, que acaba de morir, en marzo, en una despedida del cine a la altura de su entrega y talento.
Su personaje brama por una libertad que siente amenazada por las intromisiones de su hija Graciela, maestra a punto de jubilarse, que no sabe cómo cuidarlo. ¿Cuidarlo de qué? De su amistad con una chica en situación de calle que lo visita cada tanto. La chica, Sabrina, le hace compañía, como una hija a un padre, o más bien como una simple amiga, y le roba la plata que encuentra (lo que a él no parece importarle). Graciela, por su parte, sueña con una casa lejos, pero no le queda otra que ocuparse de su padre.
La primera parte de Una casa lejos tiene una gran tensión dramática, de esas en las que todos los personajes parecen tener razón. El viejo que reivindica el derecho a vincularse con quien quiere, la hija harta pero preocupada, la chica, que está embarazada: punto de quiebre narrativo y disparador para un segundo tramo que mejor ver que contar.
Bottero mantiene el pulso bien arriba, así como la capacidad para mirar a estos personajes —todo sucede en pocos espacios, en buena parte, en el departamento de Rodo— que no quieren agradar a nadie ni “caretear” afectos que no sienten, aunque sea lo que marca el deber ser. Es notable que esa franqueza, esa honestidad para observar a un padre putear a una hija, ya grande, que quiere ayudarlo, (porque no tiene otra o acaso porque no tiene a otros) se dé la mano aquí con una emoción natural. De las que brotan, crecen, y quedan por efecto de lo que vemos, sin ayuda de música ni necesidad de subrayados.
El elenco tiene, además de a Rivkin y Correa, el motor de una composición fantástica de Stella Gallazzi. Como esa Graciela, parecida a muchas maestras “veteranas” y un poco agrias que conocemos, que acaso esconde a una mujer con unas ganas de vivir de esas que embellecen. A la espera de que algo las despierte.
Una casa lejos va solo en salas. Vayan.