Familias ensambladas.
Si desglosamos el título de este segundo opus de Mayra Botero (La lluvia es también no verte, El Espanto) tenemos por un lado la palabra casa, que representa entre muchas cosas un lugar donde refugiarse y encontrar contención del otro, y por otro lado la palabra lejos que en este caso más concentrado en lo lejano se puede asociar con las asimetrías entre los vínculos de las personas, así como la lejanía que conlleva el miedo a involucrarse con un desconocido.
Por eso, y siempre partiendo de la base del punto de vista de la protagonista del relato, Graciela (Stella Galazzi), ya en su momento de retiro de la docencia y a cargo de un padre que vive solo en su departamento, pero que necesitaría por su avanzada edad estar acompañado, la presencia de una joven en situación de calle expone de buenas a primeras un conflicto en ciernes: la desconfianza sobre las intenciones de la chica respecto a la buena predisposición del anciano, quien la ayuda en todos los términos posibles (dinero, comida, casa) por empatizar con ella y su estado de carencia en la calle, a la vez de estar atada a una dinámica donde la salida puede significar riesgos y la cárcel.
El enfrentamiento entre padre e hija remueve pase de facturas del pasado y alcanza decibeles que lejos de disminuir crecen minuto a minuto. Mientras tanto, Graciela transita su crisis personal, experimenta en carne propia la incertidumbre que conlleva terminar una etapa importante para encarar un nuevo rumbo donde el tiempo de ocio le gana a las horas del trabajo y aparecen otro tipo de fantasmas que la confrontan en la vorágine de tomar decisiones y resolver situaciones de extrema urgencia.
Sin embargo, una serie de revelaciones que involucran directamente al padre con la muchacha de la calle opera como nexo invisible en esta trama social, que entre otras cosas bucea sobre la orfandad y la ausencia de un estado frente a sectores marginales por citar apenas la punta de un iceberg de gran tamaño y profundidad.
No obstante, sin tensar al límite las cuerdas melodramáticas ni apelar al morbo de la representación de los clichés socioculturales, Mayra Botero también apuesta a esas historias que sacan de lo peor de un hecho cierto aspecto positivo, pero no cae jamás en el atajo de los relatos de segundas oportunidades habituales y falsos.