Le venía escapando a los estrenos nacionales en este espacio porque es una picardía tener que verlas en nuestros hogares. Nos ahorraremos los viáticos, contamos con la posibilidad de revisitarlas a gusto y el contexto histórico se presta para el caso, pero no deja de sentirse un aire de abandono, aunque bien sabemos que esto no es una consecuencia virtual. Los espacios de exhibición no se distinguieron por su cordialidad respecto a las películas de este peso. Terminado este comentario: el primer largometraje de Francisco Bendomir.
Si algo merece ‘Una chica invisible’ a la hora de ser comentada es más secretismo, dada la combinación de recursos con las que Bendomir y sus colegas presentan en el transcurso de la duración del film. Varios de estos ya han sido especificados en otras redacciones, no lo señalamos como un pecado mortal, ni tampoco nos repetiremos para la ocasión.
Daremos por aludidas las apreciaciones de Fer Casals, la película no se corre de sus personajes solitarios, ni de sus falsos vínculos. Esto también viene acompañado de personajes y actuaciones que están a la altura de lo propuesto, y la dirección no se pierde como factor menor, todo lo opuesto; sabe lo que quiere captar, cuándo hacerlo y hasta se burla de sí mismo con comentarios editoriales. Para ilustrar, cada vez que las conversaciones entre protagonistas se vuelven incómodas, Bendomir aplica primeros planos frontales -al mejor estilo de Jonathan Demme en ‘El silencio de los inocentes’-, pero eventualmente una de sus protagonistas dirá que un “primer plano no da” ni para humillar a sus rivales.
Su mayor triunfo, en la diégesis y el progreso narrativo, es el uso del fuera de campo, aquello que no vemos y necesariamente afecta en lo que sí. En más de una ocasión está aplicado en clave de suspenso disfrazado de sorpresa barata. O dicho de otra forma, nos presenta nuevos personajes, nuevos -otra vez- vínculos y nuevos -diremos- mundos como si no guardaran relación alguna con el relato representado.
Lamentablemente, de esto deriva nuestra única reserva con esta ópera prima. Hay dos momentos en los que el mismo recurso se opaca de rebote, adelantándonos el devenir de la historia sin ponerlo en escena. La primera vez lo vemos en una discusión de pareja mientras la televisión de la habitación transmite un documental: el diálogo de la protagonista (Andrea Carballo) merece el aplauso de la tribuna ya que, aunque lacerante, funciona como un perfecto susurro poético, inmediatamente sobre explicitado por un subtexto poco elegante (la voz narradora de la tv); esto se repite en una reunión escolar, lo que vemos y escuchamos en la oficina de la directora del instituto ofrece un humor ganado, pero lo que escuchamos se vuelve reiterativo con lo anterior y el afuera obstaculiza a la progresión de planos de lo que resta por transcurrir.
Quizás lo señalado arriba suene un poco rebuscado y hasta cifrado de más. Sobre lo segundo, ya dijimos que el film requiere de ciertas reservas para quienes no lo vieron. Citaremos un ejemplo reconocido y a la vez sencillo del cine. La gracia de una sentencia tan reiterada constantemente en la trilogía de ‘El Padrino’, como “no es nada personal, solo son negocios”, es que los personajes se la creen verbalmente, pero los espectadores pueden deducir por las acciones que la saga demuestra lo contrario. En las dos escenas mencionadas, el film en cuestión se toma en serio lo literal y la acción sin abrirle espacio a las bellas contradicciones que rodean a sus protagonistas, haciendo un uso desviado de su ya señalado mérito, el fuera de campo, un elemento fundamental para una obra que lidia con lo “invisible”.
Afortunadamente, pese a que acabamos de insistir en nuestra discrepancia, esto no es lo que predomina en ‘Una chica invisible’. En una clave que todavía algunos sectores pseudo pulcros le achacan a las últimas películas de Shane Black, la juventud interviene en la vida adulta, aspectos tan naturalizados -como la paternidad y la obsesión hacia otra persona- son puestos en jaque y todos anhelan su propia forma de investigación privada y la fantasía de pasar desapercibidamente para darle sentido a sus miserables cotidianidades.
Bendomir sobresale en cada aspecto visual y más todavía en lo que desconocemos circunstancialmente, eso que, ya dijimos, nos será presentado con una destreza superior y posiblemente se vuelva estilo si su filmografía florece. Esperamos que vuelva a los rodajes pronto.