Una chica regresa sola a casa de noche es una película de vampiros que se destaca entre la gran cantidad de filmes del género.
Todas las películas de vampiros son de amor. Tener que morder un cuello para alimentarse es de por sí un acto romántico. Al menos desde el siglo XIX se ha utilizado la figura del vampiro como la del eterno enamorado, como la de ese freak imperecedero y de aspecto pálido que deambula por las noches en busca de sangre.
Una chica regresa sola a casa de noche, la ópera prima de Ana Lily Amirpour, es otro ejemplo sobresaliente de filme independiente de género. Como en la reciente Cuando despierta la bestia, acá también la protagonista es una joven mujer, y acá también se pone en funcionamiento un micromundo en el que los hombres son el verdadero mal, y en donde no hace falta explicar nada con palabras porque es el lenguaje del cine el que se encarga de narrar y de hacer avanzar la historia.
Una misteriosa mujer camina por las calles de Bad City, una ciudad iraní oscura, como salida de un comic noir. La mujer es la chica del título (interpretada por la actriz Sheila Vand), una especie de viuda negra teen, de policía vampírica encargada de vigilar la noche y de impartir castigo a quienes se corran un milímetro de la corrección política. La chica vampiro es melómana y a veces le gusta andar en patineta.
Una noche conoce de casualidad a un chico (Arash Marandi) y se da cuenta de que algo le pasa. El muchacho anda metido en las drogas y se encarga de cuidar a su padre viudo, un heroinómano crónico que sufre ataques de abstinencia. No es que ella se da cuenta de que él es distinto. Simplemente se enamora. Y la vulnerabilidad del vampiro, su kryptonita, es la ponzoña del amor.
A la palabra “vampiro” nunca se la nombra porque no hace falta, basta con mostrar el destello de un colmillo afilado para entender todo (a lo sumo se nombra a Drácula como un personaje).
El gran acierto está en la fotografía de Lyle Vincent. La decisión del blanco y negro (que es una decisión de puesta en escena) es correcta. Y la incidencia de la música en la trama es de suma importancia (por momentos remite al spaghetti western).
El fuera de campo de la política y el contexto socio-histórico es la crítica sutil a la cultura misógina de ese país. Y la aparición de un gato es fundamental, ya que sirve como símbolo a descifrar. La película de Amirpour es una joya electro-pop, un filme extraordinario por su inteligencia y su virtuosismo. Sería un error no verla. Sería un pecado no amarla.