No es muy común que un filme que se instala en un determinado género, estructurado y sin variables o conjunciones de otro género, en un momento determinado tenga un quiebre general en todo sentido y se instale en otro género para después cerrar en un enlace de ambas estéticas, estructuras, modelos y elementos inherentes a cada uno de ellos.
Esto no define en sí mismo ni define si está bien o mal, pues lo que lo determinaría sería la forma en que se aborda y la pericia para hacerlo. Hay muchos ejemplos, tal “Relajate, es sólo sexo” (1998), de P. Castellaneta, producción estadounidense independiente que comienza como una comedia de situación hasta que un quiebre del relato la transforma en una tragedia que nadie podría suponer hasta ese momento.
La directora argentina de la obra que nos convoca quiso tener el control total sobre su producto, situación que tampoco debería prejuzgarse a priori, también hay en la historia del cine realizadores que se constituyeron en el mismo lugar, y nuevamente una de las variables a tener en cuenta es la maestría para hacerlo.
De una muy buena idea, nada original por supuesto, bastante localista, ciñéndonos a la cultura latina, convengamos, como es el personaje del ser humano signado como “yeta”, parte el entramado de la historia que narra esta película.
Hace unos pocos años Sebastian Borestein estrenaba “La suerte está hechada” (2005), en la que trabajaba, y muy bien, el mismo tema, con un plus, una historia muy lateral que ayudaba a la progresión dramática del relato, cuyo personaje estaba animado por Alejandro Awada, quien componía a este héroe menor de manera magistral.
Mucho antes, allá a principios del siglo XX, el dramaturgo, periodista y político argentino Gregorio de Laferrére estrenaba su obra teatral “Jettatore”, llevada al cine en 1938 por Luis Bayón Herrera, la diferencia entre ambas es la inclusión de temas sociales en la de Bayón Herrera que casi no aparece en la aludido filme de Borenstein.
En “Una cita, una fiesta y un gato negro” se intenta abarcar demasiados temas, incluido la problemática social actual, sin haber podido darle una progresión digna y menos un cierre adecuado a cada una de las cuestiones que aborda.
La historia de dos amigas Gabriela (Julieta Cardinali), una empresaria en franco progreso con su negocio, cree que su marido la engaña, y tras cartón reaparece en su vida, luego de 15 años, una antigua compañera de la secundaria, Felisa (Leonora Balcarce), a quien siempre se la tomo y discriminó por considerar que su proximidad atraía la mala suerte a quienes la rodeaban.
De las aventuras y desventuras de esta relación, con Gabriela tratando constantemente de evadir a Felisa en tanto ésta mostrándose increíblemente invasora al respecto, trata la historia, pero que nunca llega a definirse y al final, de manera abrupta, trastoca los elementos de comedia que habían estructurado el texto para transformarlo en un drama cotidiano.
El problema de esta producción se instala, en principio, a partir de la manipulación de la información que recibe el espectador. No engaña al espectador, le miente, pero eso tampoco es demasiado grave ni definitorio como calificativo, pues el problema mayor es que Ana Halabe optó por una banda de sonido que perturba constantemente, no sólo por momentos redundante en su relación con la imagen, sino también conspira en otros a la sustentación del clima de las diferentes secuencias y su progresión, lo que termina por transmitir la sensación de una persistencia insufrible. Es una lastima, pues las protagonistas, la una más orientada, la otra más dulce, (estoy jugando con los apellidos) hacen milagros con lo que les toco en suerte, son creíbles, queribles, identificables, y demuestran ser actrices bellas y talentosas, muy bien acompañadas por casi una selección de actores, todos lastimosamente desperdiciados.
La realizadora Ana Halabe pergeño un buen producto, pero mal desarrollado, por lo que el alabe quedará para otra oportunidad. Seamos justos, démosela. Ideas tiene.