Enrique Carreras, 30 años después
Es tan falso asegurar que no existen las buenas películas argentinas como creer que acá sólo se produce mal cine. Está claro que la primera afirmación es muy poco habitual, porque lo que sí no existen (y está bien que así sea) son los fanáticos acríticos del cine argentino. Por el contrario, la segunda es una creencia extendida: son muchos los que desprecian cualquier producción de la cinematografía local sólo por su origen y ni locos pagarían una entrada para ver una película nacional. Aunque no sea fácil de escribir en una crítica, películas como Una cita, una fiesta y un gato negro, debut como directora de Ana Halabe, de estética anticuada y desprolija, son un poco responsables de esa conducta. Pasatista por decisión propia, esta comedia parece no pretender más que su propia ligereza y aunque eso no la redima, al menos le otorga el beneficio de la honestidad. Y es que el más grave de los problemas no es el relato en sí mismo, el fondo, sino más bien una cuestión de formas.
Gabriela (Julieta Cardinali) es una chica de clase media que resignó su carrera como publicista para poner una pinturería, con la que le va bien. Hasta que aparece Felisa (Leonora Balcarce), una amiga de la adolescencia a la que dejó de ver porque contagiaba mala suerte. Se trata del viejo cuento del mufa, mito sumamente porteño, pero de raíz europea (sobre todo italiana), al que la película no aporta mucho. De hecho, Felisa se dedica al negocio de la fabricación de pintura y la marca de sus productos no es otro que Fulminex. A partir de su reaparición, la vida de Gabriela se volverá un rosario de infortunios grandes o pequeños, que incluyen desde un robo a la pinturería y el descubrimiento de una posible infidelidad de su marido, a pisar baldosas flojas y cerrar el auto con las llaves adentro.
Cercano en estética al cine de Enrique Carreras, pero con al menos 35 años de por medio como agravante, Una cita, una fiesta y un gato negro intenta un humor negro demasiado lavado, que carece de auténtica transgresión como para ser efectivo y, muy por el contrario, muchas veces parece basarse en prejuicios peligrosos. Como aquellas películas de los ’70 y parte de los ’80, el film de Halabe está sobremusicalizado, sobresonorizado, fotografiado y montado de manera rudimentaria. Como broche, sobre el final la moraleja deviene moralina, complicando más el collage que conforma el relato. Más allá de estos argumentos debe destacarse la labor de Rita Cortese, quien consigue rescatar a su personaje, y reconocer a Roberto Carnaghi, Fernán Mirás, Leonora Balcarce y hasta Julieta Cardinali, que a pesar de todo dan muestras de oficio.