Descruzando los dedos
La película "Una cita, una fiesta y un gato negro" tiene ocasionales aciertos, pero no le alcanza para redondear un buen trabajo. Se toma con humor ciertas supersticiones.
El blanco de la risa en la ópera prima de Ana Halabe no es menor. Cuestionar la legitimidad de las supersticiones (a menudo creencias absurdas que, vistas a la distancia, son cómicas por su ridiculez intrínseca) en clave de comedia es un gesto saludable. Aquí se trata del individuo yeta, aquel que convoca todas las calamidades del mundo y contagia a quienes están cerca.
Felisa es yeta. Tiene una empresa de pintura llamada Fulminex y su supuesta mejor amiga de la adolescencia, Gabriela, a quien no ve desde hace 15 años, al reencontrarla sentencia: “Esa mina es letal”. Lo que sucede parece confirmarlo: una vez que Felisa llegue a su local (Gabriela, que es publicista, también vende pintura) le robarán, perderá todo el dinero de una cuenta, caminando con su vieja amiga los automovilistas está a punto de pasarle por encima. El mayor desastre es el descubrimiento de un posible amorío de su esposo con una tal “Angelina Jolie 35”, el nombre de chat de una presunta amante con la que suele encontrarse en un lugar llamado “El Ciervo”.
Su esposo ha viajado a Mendoza a ver a una tía desconocida. Los cuernos flotan en el ambiente.
Pero en Una cita, una fiesta y un gato negro, título que simplemente anticipa dos situaciones y la aparición de un gato en una plaza en un momento clave en la vida de Gabriela, nada es lo que parece, excepto el cinismo de un empresario y su machismo berreta. Es una película con giros “inesperados” y moraleja: no se trata de culpar a los demás, sí de escucharlos y de, antes que nada, responsabilizarse por nuestros actos.
Después de la risa, llega la redención. Gabriela aprenderá la lección e incluso todos los personajes se unirán para mejorar la suerte de quienes viven en el desamparo. Las buenas intenciones y el amor por todos los personajes no siempre son suficientes para sostener una película. El abuso alevoso de sus espantosos subrayados musicales y cierta escenas que remiten a sketches televisivos diluyen los ocasionales aciertos.