La sinopsis de Una ciudad de provincia podría hacerla idealmente Agustín Ferrando, el uruguayo de Tiranos Temblad y Otra semana en Cartoon, con su tono sin apuro: un señor tocó la guitarra, dos mujeres conversan de la vida de otros mientras van en moto muy despacio, dos perros impiden que avance un auto. Este es un documental sobre una ciudad del interior, Colón, Entre Ríos, que atrapa la vida (!) o fragmentos de ella editando imágenes de su dinámica cotidiana. Si se mira con atención y sensibilidad, cualquier situación es cine en potencia, y el director Rodrigo Moreno (El Custodio, Un mundo misterioso) salió a registrar escenas, callejeras o puertas adentro, con sus sonidos y diálogos "incidentales". Y lo hizo con una mirada y una atención que dio, edición mediante, con el cine que guardaban, incluidos picos de sutiles emociones y hasta escenas desopilantes, como la de las empleadas que, al cerrar, salen en moto a dos por hora entregadas a una larga conversa, con los cascos puestos, sobre la vida de otra.
Hay una cadencia, un ritmo, que hacen de este ejercicio de observación uno dedicado y sin prisas pero nada parsimonioso. Una invitación a observar y compartir expuesta de tal forma que hace de Una ciudad de provincia una experiencia atrapante y placentera. Todo un logro para un film que no tiene tema ni personajes centrales. Este es un mosaico, una pintura de una comunidad hecha desde la ausencia de superioridad y que jamás se acerca a la burla o la condescendencia. Tampoco se acerca Moreno a sus personajes lo suficiente como para que nos interesemos más en ellos, ubicándolos como parte de un todo, coro en el que también tienen lugar algunos animales, los colores del agua y el cielo, la sinfonía de canto de los pájaros.