Una dama en París

Crítica de Paula De Giacomi - La mirada indiscreta

Añoranza

Una dama en París es una historia simple y sutil, que sin ser una gran película, no deja de ser disfrutable. Nos cuenta la historia de Anne, una estoniana que por trabajo viaja a París a cuidar a una anciana adinerada. Sola, sin pareja ni trabajo y después de haber cuidado a su madre enferma durante dos años, Anne llega a Francia con su valija cargada de humildad y pequeños modales.

Frida, la mujer a quien Anne cuida, emigró de Estonia a París muchos años atrás, dejando de lado a su familia y se casó con un hombre elegante, rico y bastante mayor que ella. Pasó su vida entre amantes y salidas parisinas, pero tuvo un compañero especial por sobre los demás, Stéphane, quien es la única persona que hoy cuida de ella. Él es quién contrató a Anne, preocupado por el reciente intento de suicidio de Frida. La historia gira en torno a estos tres personajes, pero focalizada en la relación entre ambas mujeres. En un primer momento Frida rechaza la llegada de Anne pero luego, gracias a la infinita paciencia de esta última, la relación se va trasformando en un vínculo fuerte y cariñoso.

Sí, ya sé que suena algo trillado, y probablemente lo sea, y que nos imaginamos cómo terminará la historia, pero tengo que decir que a pesar de esto la película no deja de ser aguda e interesante. Frida por un lado y Anne por el otro, son el resultado de dos culturas que se encuentran inmersas es la gran ciudad de París.

Hay dos cosas fascinantes en esta película, por un lado la inigualable urbe francesa, y por el otro, Jeanne Moreau, que a los ochenta y seis años todavía conserva la vanidad y la entereza, detrás de las arrugas y de su característica boca. La actríz de la Nouvelle Vague por excelencia, está lúcida y en pie como pocas. Hay una mezcla de admiración y de nostalgia al verla, pero también se nos viene a la menta la idea de un tiempo que no deja de hacer estragos. Sentimientos ambiguos y agridulces…

Y París: sus calles, sus perfumes, las vidrieras, las luces, el Museo de Louvre y la Torre Eiffel, una mirada desde los ojos de un extranjero, desde los ojos azules de Anne, y desde los nuestros también. París, un símbolo de la antigüedad y elegancia, como el personaje de Frida.

Anne intenta escapar del silencio de su casa una vez que su madre murió y ya no tiene a quién cuidar, por eso decide aceptar el trabajo y viajar a Francia. Pero Frida ya no tiene cómo escaparse, entonces intenta tomar una buena dosis de pastillas, que como un juego de atención, no sirven más que como un alerta. Una dama en París también nos habla de la soledad, y de cómo el amor puede ir transformándose a lo largo del tiempo. Sensible y austera, tanto en la trama como en el relato, esta película no nos quedará impregnada en la memoria por mucho tiempo, pero nos permitirá respirar un aire cálido a pesar de la amargura.