Un estudiante de cine que llega a Paris, se siente un turista, un extranjero en una ciudad que tardará en conquistarlo. Ayudado por sus padres comienza el camino del crecimiento, la difícil tarea de encontrar su voz, su personalidad como realizador, mientras la vida transcurre entre descubrimientos, dolores y tristezas. El director Jean Paul Civeyrac ama el cine, las discusiones sobre lo que vale la pena ser filmado, la vida real, y no hace caso cuando uno de los personajes declara estar cansado “de las películas quejumbrosas francesas”. Esta es una de ellas, pero con mucho encanto. Filmada en blanco y negro, con un protagonista atado al pasado en sus gustos literarios y cinematográficos, ese largo camino de hacer amigos, perderlos y encontrarlos, los encuentros amorosos, las rupturas y dolores contribuyen a sazonar el motor vital del protagonista que se interroga constantemente sobre su talento, sus capacidades y un futuro incierto. Jóvenes que todo lo observan y discuten con una pasión de noches intensas y constantes replanteos. Hacia la segunda hora el filme adquiere una dimensión dramática más profunda y dolorosa, con un final que puede movilizar al espectador hacia muchos significados.