La carrera del periodista Paul Asher (Brenton Thwaites) parecía estar estancada en una crisis creativa y laboral. Durante años había intentado destacarse sin tener éxito; sin embargo, dado a una serie de circunstancias y casualidades, Paul consigue la oportunidad de ser todo lo que había soñado: corresponsal de una guerra.
En Afganistán, consigue infiltrarse en los centros de inteligencia y operación, en los campos de batalla y en los largos caminos rodeados de cadáveres para crear sus mejores historias y reportajes, los cuales le llevarán a un estatus de leyenda.
A su regreso Paul tendrá que lidiar con las consecuencias de lo atestiguado y las secuelas de los traumas presenciados, llevarán su vida personal al desastre. En medio de tal tormenta el periodista se ha encontrado con un misterioso hombre (David Strathairn) que asegura ser Dios. Intrigado, Paul empieza a realizar unas series de entrevistas y reportajes con el hombre, sin saber, exactamente qué preguntarle, en caso de que lo sea, a Dios. “Una entrevista con Dios” es una película de drama, y esta es la síntesis larga del filme en cuestión.
Ahora la sinopsis corta.
“Un prometedor periodista encuentra su mundo y su fe cada vez más desafiados, cuando se le otorga la entrevista de su vida, con alguien que dice ser Dios”.
La segunda al menos no proclama ni situaciones, ni acciones, que en el filme no aparecen.
Se podría decir que en los últimos años, o eso aparenta, se les ha dado por producir títulos de claro discurso religioso, mayormente desde la religión católica, ya no digamos filmes navideños y estrenarlas para estas fechas.
Uno de los últimos bochornos, según mi registro mnemonico, se llamó “La tierra de Maria” (2015)
El que nos ocupa es claramente otro ejemplo valido, de la misma manera que la nombrada, donde se toma todo demasiado en serio, los diálogos son de un nivel de escuela primaria intentando mostrarse como disquisiciones filosóficas como para que el espectador se quede pensando.
Bueno, en un momento me plantee qué estoy haciendo allí, mientras la veía.
Lo que si demuestra este producto es que los actores nada saben del filme en el que están participando hasta tanto no lo vean terminado. David Strathairn es un actor de tal calibre que soporta el peso de su personaje, y hasta le da cierta credibilidad.
El actor australiano tiene otro cariz, debe soportar todo, hasta eludir como pueda las mentiras que instala el guión desde un principio, para derivarlo al final sobre el tema de la fe, muy manipulador. Circula en dos o tres variables, su relación de pareja que se ve deteriorada por alguna razón, se desliza pero no se nombra, su trabajo en las oficinas del periódico donde trabaja y las entrevistas, claro.
Ya desde que sabemos que el que interroga a Dios es un representante del cuarto poder, ese que busca la verdad sin ser Diógenes de Sinope ni tener un perro, está intentando decir, o al menos se puede leer que esto, que estás viendo es verdad.
Bien leído en realidad es una gran incoherencia. Pero bueno, la fe mueve montañas, para mí lo hacen los movimientos sísmicos.
Como en algún momento un personaje demasiado secundario, todos le creen que se está entrevistando con Dios, dice ….Ponte a orar, daño no te va hacer.
Particularmente ante el anuncio que hace le hubiese recomendado que visite a un psiquiatra para que lo medique.
Todo lo otro, eso que es inherente al cine, es de un formalismo atroz, bien filmada sin lugar a dudas, bien montada, por supuesto, técnicamente irreprochable, desde el relato aburre, engaña, y vuelve a aburrir.