No importa que a los pocos minutos de iniciada “Una entrevista con Dios” de Perry Lang, actor, visto en una infinidad de producciones y director de “Hombres de guerra” con Dolph Lundgreen, uno detecta el sentido evangelizador, solapado como película narrativa, que tiene la propuesta.
Tampoco importa mucho que el protagonista, Brenton Thwaites, sea un celebrado ídolo teen, que actualmente disfruta de un reconocimiento gracias a participaciones en la saga de “Piratas del Caribe” o en la serie “Titans” de DC comics. Al contrario, ninguno de estos dos puntos influyen a la hora de sentarse frente a una película trillada que engaña a los posibles asistentes con una serie de giros que intentan esconder el panfleto cristiano que se traen entre manos.
La propuesta es simple, un periodista tiene la posibilidad de entrevistar a Dios (David Strathairn), o al menos, alguien quien dice ser el todopoderoso, y dialogar con él sobre cuestiones trascendentales de la humanidad. Al proponer esa “columna” al periódico donde escribe, su editor delira con la posibilidad de, desde la primera plana, contar historias diferentes que acerquen a audiencias con noticias “buenas” o con contenidos alternativos.
A medida que el periodista avanza con los encuentros, momentos en los que entiende que el verdadero entrevistado comienza a ser él, el manual de autoayuda, las lecciones eclesiásticas, y la búsqueda del convencimiento acerca del buen obrar en la vida, repliegan la propuesta hacia lugares desagradables.
El lenguaje televisivo, la estructura episódica, y excepto el interés por reconstruir el pasado del periodista con flashbacks y diálogos con su ex mujer y otros, desafían al espectador a persistir en su butaca con mensajes obvios que de subliminales terminan a posicionarse en la superficie de la trama, debilitando cualquier otra posibilidad de escape y aire en la historia.
Thwaites exagera su interpretación, no encuentra el tono adecuado para ponerse en el rol de aquel individuo que ha perdido todo y que Dios lo pone en la chance de replantearse su vida para cambiar y tener ganancia nuevamente.
Hace algunos años “Dios Mío!”, obra teatral dirigida por Lía Jelin y protagonizada por los excelsos Juan Leyrado y Thelma Biral, proponía un juego en donde el humor cedía su lugar a aquello que la narración dentro del marco de una terapia servía como cimiento para un relato atrapante.
En “Una entrevista con Dios” todo suena a falso, a forzado, a exagerado, sin poder comprender el soporte y el lenguaje cinematográfico, disfrazando de película una pancarta cristiana que no brinda nada nuevo a la pantalla.