Que Dios me perdone
Una entrevista con Dios (An interview with God, 2018) de Perry Lang llega con una propuesta que se supone a sí misma como jugada, pero que se mantiene en el lugar cómodo y común de las películas religiosas.
Un periodista transita una fuerte crisis personal en su matrimonio, a su vez tiene en agenda una entrevista muy particular con alguien que dice ser Dios. La idea en principio es generar la puesta en escena de una entrevista incisiva, donde el protagonista hará las preguntas de los ateos en un intento por ponerlo en jaque.
Rápidamente la película se vuelve tibia y la entrevista se vuelve condescendiente como las de los políticos con los periodistas amigos, incluso en algunos momentos el film se termina mordiendo la cola en el afán de desafiarse y superarse.
Algo particular es la postura del papel de Dios, que dice que aparece para ayudar pero se para en una retórica punzante que termina casi por enloquecer al propio protagonista, una especie de Dios soberbio y cínico que pide que lo indaguen pero no responde, que invita a que lo desafíen y que juega con la información que tiene sobre el periodista como si se regodeara de saber más que él sobre su propio destino.
Por supuesto que la evasión es la clave para sortear los terrenos borrascosos de las contradicciones religiosas más cuestionadas como las injusticias o los grandes secretos. En este caso el foco está puesto sobre la crisis de la Fe. Con el mismo formato pacato y solemne que apunta al espectador creyente pero que fuera de ese círculo no funciona y aburre.