Ciruja a la conquista
Luego de la insuperablemente oscura Hazme reír, Adam Sandler regresa a la comedia romántica con Una esposa de mentira.
Las comedias norteamericanas vienen recurriendo a los viajes a islas paradisíacas con una regularidad peligrosa, invitando al espectador habitual del género al coqueteo con el tedio y la saturación cuando esa magnificación cuantitativa acarrea una diversidad cualitativa: hay películas muy buenas (Cómo sobrevivir a mi novia), buenas (La mujer de mis pesadillas) y muy malas (Sólo para parejas). Una esposa de mentira, el modelo 2011 de esa tendencia, se ubica más cerca de las dos primeras que del bochorno de Vince Vaughn y Jason Bateman.
La película de Dennis Dugan (el mismo de No te metas con Zohan) sigue a Danny, un cirujano plástico egoísta, suficiente, “yoico” y mentiroso (Adam Sandler, en una versión rebajada del George Simmons de Hazme reír) cuyo objetivo máximo es la conquista continua de mujeres hermosas. Y si tienen varios años menos, mejor. Su método es infalible: finge la inmersión total en una crisis matrimonial simulando ser un hombre golpeado, un cornudo crónico, un esposo no correspondido. Así conoce a la despampanante Palmer (Brooklyn Decker, de la versión norteamericana de Betty, la fea), quien, ilusa, muerde el anzuelo. Pero, oh sorpresa, la rubia desapolilla el corazón del embaucador profesional obligándolo a crear un mundo acorde a las mentiras que vocifera: necesita una mujer odiosa de la que supuestamente se está divorciando, además de un par de vástagos. La esposa de mentira del inexacto título local será su secretaria Katherine (Jennifer Aniston), y los hijos de ella serán los hijos de ambos. Ese es el punto de partida de una comedia romántica que, sin ser trascendental, e incluso muy lejos de los mejores Sandler, tiene un par de particularidades que la elevan por sobre la habitual pacatería norteamericana.
La primera es que el personaje de Sandler está secundado por dos chicos tanto o más perspicaces que él, lo que ubica a ese adulto que nunca quiso serlo en una rara posición igualitaria o hasta inferior. No sólo que su actitud para con los hijos apócrifos está lejos de la habitual condescendencia y resignación paterna, sino que muchas veces éstos lo superan con holgura, dejándolo como un auténtico pelmazo intelectual. De hecho el viaje a Hawai que dispara la trama, es producto de un paso en falso de Danny en la “negociación” con los menores.
El segundo punto de atención está en la ausencia de la habitual parábola emocional y moral de un personaje repudiable e inmaduro, otro punto de contacto con la fundamental Hazme reír, aunque con un tono diametralmente opuesto. Si allí Simmons era un ser odioso y con tendencia a la misantropía y desprecio hacia sus pares y súbditos, y el desenlace lo encontraba –más por resignación que por voluntad- sentado a una mesa frente a quien quizá fuera la única personaque lo aceptaba tal como era, el Danny de Una esposa de mentira se queda con aquella mujer que lo conoce sin dobleces ni artilugios auto impuestos para el arte de la seducción, la que disfruta con su humor corrosivo, ácido y muchas veces desubicado, la única que logra extirparle la verdad aun cuando duela. Katherine acepta a Danny tal como es, con sus muchos defectos y pocas virtudes, evade la condena al no exigirle maduración ni cambios sino simplemente que mantenga esa transparencia que tanto ama.
Coda paradojal para una de las grandes humoradas del año: Nicole Kidman y Jennifer Aniston, dos de los paradigmas de la destrucción de lo particular en pos de la homogenización estética, provocada por la proliferación del quirófano, son las figuras femeninas de una película cuyo protagonista es un cirujano plástico. Pura justicia poética.