Show me the money
Del mismo director de Una familia espacial, Enrique Gato, se conoció tiempo atrás Tadeo, el explorador perdido. Era un film simple que abordaba emociones básicas, pero tenía el acierto de asimilar el cine de aventuras hollywoodense y aplicarlo coherentemente en su diseño. Lo que se creaba allí era un sistema que hacía de las referencias (fundamentalmente esa síntesis que fue Indiana Jones) un código que era base y a la vez relanzamiento de las aventuras del protagonista, un albañil que deseaba ser aventurero. Pero la película tenía una esencia fundamentalmente española en la utilización de un tipo de humor propio de las tiras cómicas de aquel país, como pueden ser un Mortadelo y Filemón. A todo esto, el director hace gala de recursos técnicos que instalan a su animación en un lugar digno.
Una familia espacial es un poco la continuación estilística de aquello. Otra vez tenemos la proeza técnica, incluso aumentada, donde la animación no sólo luce bien sino que además fluye con el relato. Pero hay una decisión que resulta fundamental para entender el fracaso artístico de esta producción. Una familia espacial se asume interesantemente como un tipo de historia que sólo puede ocurrir en EE.UU., ese país donde los mitos fundacionales se ensamblan con el ansia de avance y la modernidad; digamos como los japoneses pero con un sentido menos trágico y más cristiano. Los protagonistas son una familia de astronautas, con padre e hijo distanciados, mientras el nieto sufre y desea reunirlos a todos. Lo que se interpone entre todos -generando el milagro familiar- es una nueva misión lunar dirigida por la NASA, enfrentada a un villano que con la excusa de ir a desnudar la mentira de la llegada del hombre a la Luna en el 69 va en busca de un combustible para generar su gran negocio. Esta empresa, por lo tanto, reúne a los viejos y a los nuevos astronautas. ¡Eureka!
No hay nada de malo en lo básico de los conflictos y en cómo el cine español reproduce sistemas que el cine de animación actual olvidó hace un par de décadas. Tenemos un villano despótico y bondiano, y una familia amable y de buenos sentimientos. Lo típico. El problema fundamental de Una familia espacial es que aquella idea de revisitar conceptos extemporáneos e insertarlos en una lógica cultural propia -aquello que salía muy bien en Tadeo Jones- luce aquí no sólo imposible, sino que lleva a la película a ser ambientada en EE.UU., con personajes norteamericanos y una profusión de banderas con barras y estrellas que ni Michael Bay, vea. Esto, en definitiva, habla de otra cosa: de un producto que tiene demasiadas ganas de ser comprado y distribuido en EE.UU., de ser aceptado y asimilado en un ejercicio de travestismo cultural inusitado.
Que lo que moviliza a los personajes sea el hecho de sostener la historia de la bandera yanqui en la Luna, es un ejemplo de sumisión sorprendente. Y ya ni siquiera importa lo ramplón de su mensajes a favor de la familia. Si bien el cine industrial universal echa mano de todos esos recursos que el cine Americano ha legado a la humanidad, la forma en que lo hace este film, dejando de lado cualquier rasgo personal e identitario, es también una de las formas horrendas de cipayismo cultural. Estrenada con ímpetu en España, también es una síntesis de cómo el cine de aquel país sufre el dilema de querer ser un Hollywood europeo. Un asunto de mercados, taquilla, producción. El cine, bien gracias.