TRAGEDIA A LA CALABRESA
Rosa (impresionante debut actoral de Lina Siciliano) es sobrina de un jefe y líder familiar de la zona de Calabria, la Ndrangheta, mafiosos de la región arraigados a costumbres ancestrales que manejan a piacere el contrabando y negocio de la cocaína. Rosa sufre de pesadillas al recordar a su madre, en vinculación familiar con los fuera de la ley, o en todo caso, en relación a ese territorio ocupado por el poder delictivo. Rosa no es un personaje pasivo, observa con detenimiento, habla solo lo necesario, se la ve feliz junto a su pareja. Pero sospecha y mucho de su ámbito familiar, de su tío y del entorno, siempre sujeto al recuerdo de su madre.
Efectivamente, Una femmina es una película sobre la mafia pero contada desde la perspectiva de una mujer, sujeto menor dentro de la genealogía de esta clase de películas, acomodado su rol al de madre, esposa sumisa o mero objeto de delectación del mundo masculino. Pero Rosa es un personaje distinto: ausculta con su profunda mirada, investiga, observa con fruición ese mundo al que ella también pertenece pero que parece haber sido el responsable de la muerte de su progenitora. En ese sentido, la historia troca a tragedia con paisaje calabrés, a una mixtura shakesperiana y de película sobre la mafia, donde subyace un asunto, algo no aclarado con suficiencia, a cuenta pendiente para resolver.
Por eso los movimientos de Rosa dentro de ese paisaje agresivo y, aparentemente, traidor y asesino, se complacen con lo más transparente de la tragedia, como una especie de Lady Macbeth de Calabria que hará lo imposible por resolver el conflicto.
Sorprende que Una femmina sea la opera prima en ficción de Francesco Costabile, cineasta adicto hasta acá al documental con trabajos referidos al gran diseñador y vestuarista Piero Tosi o alusivos a la obra y vida de Pier Paolo Pasolini. Sorprende de buena manera cómo cada plano tiene la precisión y duración necesarias, aferradas al tiempo que la protagonista debe invertir para averiguar el porqué de la muerte de su madre. En este punto, el crecimiento dramático de la historia tiene su escena de inflexión, su antes y después, cuando el tío de Rosa fustiga y expulsa a la sobrina en plena comida familiar. Desde allí, con Rosa fuera de campo por unos instantes, la película girará hacia la definitiva revelación. Rosa dejará de mirar y actuará a solas o junto a su novio desarticulando ese ámbito mafioso y familiar que tanto daño le provocó desde pequeña.
Pero Rosa, con cadáveres a su alrededor que no molestan y otros que sí y se extrañaran para siempre, también podrá cantar y mirar al cielo en esa procesión religiosa del desenlace, señal de triunfo y de misión cumplida.