BURÓCRATAS
La nueva película del director de La novia siria tiene algo de aquella: la tendencia a la bajada de línea, la discursividad y el ánimo de hablar sobre “temas importantes”. En ese caso, le suma un perfil de comedia negra-dramática que mezcla algo de Guantanamera, Después de hora y Pequeña Miss Sunshine (extendida en tiempo y espacio) y el resultado se caracteriza dentro de ese subgénero esquivo que podríamos llamar “comedias sobre burocracias” (algo que el cine argentino de la década de los '80 también supo tener).
El encargado de recursos humanos de una empresa panadera debe hacer frente a una campaña de difamación ante el asesinato de una empleada de la compañía, sin familiares visibles que reclamen el cadáver. Lo que inicialmente parece un asunto de mero papeleo se convertirá en un viaje absurdo que comienza en Israel y finalizará en los restos de la antigua república comunista de Rumania (justamente con esos restos del megalómano aparato estatal y sus ineficiencias varias es que juega el director: el Estado como un pulpo burocrático, multiplicador de problemas y pesadillas en las vidas de los ciudadanos), pasando por ex esposo, hijo díscolo, diversos diplomáticos y una abuela perdida en un pueblo ignoto.
En ese plan es que Una misión en la vida atrasa, por lo bajo, dos décadas: muestra un problema que hoy por hoy no supone tensión alguna, como la supervivencia de los ciudadanos en un Estado que hace décadas ha dejado de ser comunista (aunque hay algo de especulación equiparable a los “temas” que el nuevo cine rumano ha explotado con ese imaginario en diversos festivales), supone una retahíla de lugares comunes sobre el reencuentro de la familia, sobre el valor moral de la vida por sobre las obligaciones laborales y plantea una serie de definiciones sobre la inmoralidad de lucro empresarial que se prevén desde el minuto 2 de película. En definitiva, una excursión a un país viejo, conocido, desvencijado pero con insólitas pretensiones de novedad.