Todo un filme maniqueo por donde se lo mire, desde la presentación del los personajes (del personaje) y sus antagonistas, hasta el desenlace mismo.
También se huele la manipulación sobre el espectador en tanto puesto a juez de una historia que ya vista desde otras variables, un sujeto no deseado por la familia de su pareja que ante la muerte de éste debe hacerles frente para obtener lo que supone le pertenece. Ahora, y aquí, se lo pone en juego sobre cuestiones íntimas, la sexualidad y/o el sexo.
La previsibilidad del texto se despliega desde el titulo y el afiche sumado a los primeros minutos de la cinta, donde la contradicción se hace presente, o al menos el planteamiento de cuando un ser humano debería pasar a tener el rotulo de fantástico.
Marina (Daniela Vega) es una joven camarera aspirante a cantante en pareja con Orlando (Francisco Reyes), veinte años mayor, tienen un presente y planean un futuro juntos.
Una noche, justo la del festejo del cumpleaños de Marina, en la mitad de la misma, Orlando se descompensa.
Marina lo levanta, lo viste, y lo traslada a un sanatorio, pero él muere al llegar al hospital.
El sentido común (el menos común de los sentidos) dicta que ante tal situación, la de la descompensación física, sin motivo aparente, visible o justificado, lo óptimo sería llamar a una ambulancia, “No muevas al paciente”, el acto casi “heroico”, presenta al personaje, siendo benévolos, sin demasiada lucidez. No es Paris.
Solo sirve para luego presentar un conflicto, Marina todavía no es Marina, y Orlando tenía, hasta conocerla, una familia y una vida ordenada por lo que la sociedad manda.
A esa situación debe enfrentarse, la discriminación y las sospechas por su muerte.
Su naturaleza de transexual supone para la familia de Orlando una completa anormalidad.
El guión por momentos entra en una meseta insalvable, repitiendo escenas que nada agregan, algunas de factura lamentable, como la de la violencia física ejercida por los hijos y sobrinos de Orlando sobre Marina, no continuada ni resuelta.
Tampoco hay desde el esquema mismo de producción, la dirección de arte, incluyendo la fotografía e iluminación, la puesta en escena, el diseño de sonido, la banda sonora, la posición o manejo de la cámara, nada que se presente como ruptura, ni original, o novedoso.
Todo parece un “tour de force” del personaje, en enfrentamientos contra la familia de Orlando, sobre la cotidianeidad para algo que se supone circula por el interior de cada uno, como lo es el transitar por el duelo ante la perdida de un ser querido.
Pero si hay algo que no ayuda para nada en mantener el interés es la performance de Daniela Vega, que se interpreta a si misma, repitiendo lo realizado en su anterior aparición, “ La visita ” (20p14), ella es así.
No hay emociones, ni cambios ni sensaciones encontradas, ni miedo, ni rabia, ni amor, ni desden, no hay ni despierta nada, sólo las acciones que demanda el guión.
Sólo en un momento cambia su rictus facial, lágrimas en su rostro, en un primer plano, mientras su postura corporal aparece como forzada, practicada, tratando de ser más femenina que las mujeres que no necesitan demostrarlo. Tampoco ayuda demasiado el resto de las actuaciones, sólo se despega de la mediocridad establecida en la película Luis Gnecco como Gabo, el hermano comprensivo y condescendiente de Orlando.
Daniela Vega es en la realidad cantante lírica, el film parece toda una justificación para terminar mostrándola tal cual un Farinelli del siglo XXI, demasiada manipulación toda junta, creo.
Simultáneamente el producto se presenta especulador, cuando no pretencioso, desde la idea de denunciar desde una particularidad a una generalidad, emplazamiento nunca trabajado durante el desarrollo, a una sociedad, la chilena, anquilosada en lo más retrogrado del pensamiento.
Pero no hace falta aburrir para establecer un discurso, por más progresista e inclusivo que se procure.