Un retrato de la condición humana
Paralelamente a la historia de una transexual que debe enfrentar los prejuicios sociales, la película que competirá la semana próxima por un Oscar trata sobre la identidad y las miradas, propias y ajenas, expuestas a la fuerza de lo natural.
Como si contuviera en su interior una fuerza ingobernable, la película Una mujer fantástica del cineasta chileno Sebastián Lelio, viene causando conmociones a su paso desde el mismo día de su estreno, ocurrido exactamente hace un año en la edición anterior de la Berlinale. En aquel momento fue centro de innumerables elogios, dentro de una competencia de la que también participaban trabajos de directores consagrados como el finés Aki Kaurismaki, el coreano Hong San-soo y de la que resultó impensada ganadora En cuerpo y alma, de la húngara Ildikó Enyedi. Doce meses después la situación se repite como un deja vú: Una mujer fantástica y En cuerpo y alma vuelven a competir, esta vez por el Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera. Y la de Lelio vuelve a ser la favorita, incluso por encima de su principal competidora, The Square, del sueco Ruben Östlund, ganadora de la Palma de Oro en el festival de 2017.
El quinto trabajo de Lelio, que además marca la cuarta y hasta ahora última colaboración en el guión con su compatriota, el crítico de cine Gonzalo Maza, narra la historia de Marina Vidal, una mujer transexual que sufre la muerte de su pareja y que a partir de ahí debe enfrentar el rechazo y las distintas formas de violencia a la que la someten la ex mujer y los hijos del muerto. Pero aunque esa es su estricta sinopsis, debe decirse que en realidad la película se trata de otra cosa. O de otras cosas: sobre la identidad y la forma en la que esta se constituye; sobre la mirada, las propias y las ajenas, que van moldeando distintas formas de percepción; y, sobre todo, acerca de las fuerzas opuestas que intervienen en dichos procesos.
Entonces no es casual que Una mujer fantástica comience con una serie de planos de las cataratas del Iguazú, que retratan una fuerza de la naturaleza para representar aquello que no puede ser negado. La fuerza de lo incontenible, de lo que siempre ha estado ahí y cuya presencia no se puede ignorar. La fuerza de aquello que se impone por sí mismo. El guión volverá muchas veces sobre esta idea, poniendo en escena diferentes fuerzas naturales: un mural con la foto panorámica de un vendaval marino azotando una escollera; una lluvia torrencial que lo moja todo y todo lo penetra. Un viento furioso que en un momento cercano al clímax del relato le impedirá a Marina, cuyo nombre también da cuenta de una fuerza natural incontenible, seguir avanzando por la calle, en una de las escenas más hermosas de la película. Alegorías significativas para contar la historia de esta mujer trans que, es cierto, se enfrenta a fuerzas enormes que se oponen y hasta se niegan a darle una entidad humana. Pero que sobre todo dan cuenta de esa fuerza natural que no necesita de la certificación de nadie para validar su existencia, porque posee la potencia necesaria para imponerse y bastarse por sí misma. La fuerza de lo que es, de lo que ya es imposible negar.
Una mujer fantástica es un film sobre la condición humana, sobre la forma en que la sociedad sostiene un canon conservador acerca de qué se entiende y que se incluye dentro de lo humano. Y, por supuesto, qué es lo que se deja afuera de dicha categoría: lo inaceptable, lo indeseable, lo monstruoso. Esa duplicidad también recorre de punta a punta todo el relato, a través de una serie de juegos con los reflejos que el director va intercalando a lo largo de la narración, pero que tiene dos momentos de particular (y tal vez hasta excesiva) elocuencia. En uno se la ve a Marina desnuda, recostada con un espejito circular apoyado sobre su entrepierna, que le devuelve el reflejo de su propia cara. En el otro la protagonista se cruza en la calle con dos hombres que transportan un espejo enorme, que al ondular no consigue ofrecer un reflejo estable de su cuerpo, sino una serie de imágenes deformes.
Uno de los grandes méritos de este trabajo de la dupla creativa que integran Lelio y Maza es conseguir traer a escena aquello que hasta ahora estuvo condenado a ese fuera de campo de lo humano, para darle, quizá por primera vez, una representación cinematográfica autónoma. El otro es haberle confiado el rol protagónico a la actriz trans Daniela Vega, ella misma una fuerza natural capaz de sostener de manera soberbia el peso contundente de la película.