Sebastián Lelio, ya un reconocido director chileno, se arriesga nuevamente con temas que provocan y a la vez hacen reflexionar sobre la hipocresía, la intolerancia y la dignidad de las personas en esta película que producirá empatía sin golpes bajos. La relación entre Marina y Orlando se ve truncada por la muerte de este último.
Ese hecho es el desencadenante de las desventuras de la cantante que se ve acorralada por la familia del difunto.
El drama parece normal ante los desplantes de la ex esposa y el hijo mayor de Orlando pero uno no se explica por qué tanto empecinamiento con la joven.
A través de un guión (que resultó ganador del Oso de Oro en el Festival de Berlín) y una estética que desde las sutilezas de los marcos que rodean al personaje femenino hace que vayamos enterándonos que lo que más molesta a todos y por lo que Marina es expulsada y repudiada, es por su condición de transexual.
Es excelente el trabajo de Daniela Vega, -quien es Daniel de nacimiento-, y que está tramitando su documento de identidad como Marina que es la que expresa sus sentimientos: desde una honda tristeza hasta la bronca por el denigrante trato de funcionarios policiales y la impotencia ante la imposibilidad de despedirse de su amor.
Uno va acompañando a la protagonista en su búsqueda desesperada por reafirmar su condición de mujer extraordinaria como reza su título, encontrarse con su verdadera voz y dejar de esconderse de la sociedad que se dice normal.
El director hace una crítica a las etiquetas que les ponemos a las personas y, como decía antes, esto se ve en carteles, dibujos, tomas en las que se ve un "prohibido", "área sucia" o señales de tráfico que obligan a ir en una dirección.
Una película conmovedora e inteligente, que no cae en estereotipos y que lleva la marca de su autor en la crítica social de su tiempo.