Una mujer fantástica: Detrás de todo, solo hay una mujer.
Daniela Vega compone a una mujer valiente en una historia de amor de pareja, y más importante aún, de amor propio frente a una sociedad que no acepta aquello que no entiende. Una mujer fantástica es la favorita para llevarse el Oscar a mejor película extranjera.
Una Mujer Fantástica confirma el excelente momento que está pasando el cine chileno, y en lo individual, las grandes cualidades de su director, Sebastián Lelio, para presentar en pantalla mujeres fuertes, insoslayables, capaces de todo y más por sus convicciones. Ya lo había demostrado con su película Gloria (2015) y ahora, de la mano de Daniela Vega (actriz protagónica y asesora en cuanto a los temas de género y transexualidad) conforman una dupla que eleva esta propuesta cinematográfica a la categoría de películas que deben verse.
Con una trayectoria breve pero contundente, Una Mujer Fantástica viene de ganar el premio por Mejor Guión en el Festival de Berlín y es la elegida para representar a Chile en los Premios Oscar como mejor película extranjera. Asimismo se ha llevado también el Goya como Mejor Película Iberoamericana. Pero estos lauros -merecidos por cierto- son tan solo la punta de un iceberg inmenso de lo que el film lleva consigo.
Daniela Vega es Marina Vidal, una joven mujer transexual que reparte su tiempo entre su trabajo de camarera, sus clases de canto lírico y su relación amorosa con Orlando (Francisco Reyes), un hombre veinte años mayor que ella. Luego de un festejo, él se descompone y ella lo lleva al hospital. Aquí ya comienza de frente y sin tapujos la realidad con la que debe vivir Marina día tras día, la incomodidad de la gente por su condición, el desprecio por no entender la diferencia, los chistes absurdos y los insultos denigrantes ante la falta de empatía del otro por no aceptar a quien no entiende. Ese otro se pone de manifiesto en la figura de la detective quien deduce que luego del accidente fatal de Orlando, la relación que ellos mantenían solo podía llevarse a cabo dinero mediante, en la figura de la familia del difunto quien lo desprecia a él por elegir una relación con una mujer transexual y abandonar esa vida “normal“ junto a su esposa e hijos -el mismísimo hijo que la humilla en cada oportunidad-, y claro, la sociedad, aquella masa ignorante que ve en Marina esa monstruosidad reflejada, propia de una ignorancia que necesita de manera urgente empaparse de cultura. Como bien menciona la actriz del film, “no alcanza con la ley de género (aún no declarada en Chile), es preciso un avance en la educación y en la cultura de los pueblos para dar un paso avasallante en lo que al tema de los derechos humanos para toda la comunidad transexual y homosexual refiere”.
El trabajo de Daniela Vega es monumental: se apodera de la pantalla, de cada plano, gesto, silencio, los cuales hacen de Marina una mujer que sufre, pero no se victimiza; una mujer maravillosa con una valentía capaz de soportarlo todo y reinventarse a cada minuto, tras cada golpe o giro del destino que deba enfrentar.
Hay un logrado trabajo de arte y fotografía, una gama de colores desplegados en comunión con una visión optimista que la película desprende, a pesar de todo, y de todos.
Marina y Daniela. Aunque queda bien claro que este es un argumento de ficción y no un documental, más allá que cada situación proyectada haya existido más de una vez en la realidad; son dos caras de una misma moneda. Dos mujeres que a través del arte buscan doblegar la barrera del odio y la discriminación y estar más cerca del amor. Esta película es un paso gigante hacia ese camino.