Secretos bien guardados
Una noche de lluvia y un caserón derruido son los escenarios para un extraño velatorio. Allí, junto al féretro, hay sólo un hombre con la mirada extraviada y una enorme quietud, aunque sin embargo no tardarán en llegar al lugar dos individuos que no lo conocen ni se conocen entre ellos. El trío, casi como con una mínima señal, comienza a jugar al truco y entonces se producirá el diálogo, un diálogo que revelará secretos bien guardados.
Fernández, uno de los integrantes de ese trío, es un escritor que relata la historia de Laura, alguien que lo entrevistó tiempo atrás en una biblioteca y con quien se involucró en un extraño juego sexual. Santos cuenta su relación con Sofía, una antigua amante y esposa de su íntimo amigo que lo pone a prueba en situaciones límite. Villalba, el tercero de esos hombres, relata el momento en que era chofer de un colectivo y conoce a Rosita, una joven a punto de quedarse ciega y que pretende seguir viendo a través de su imaginación. ¿Quién de esas tres mujeres es la que está al lado de ellos en el momento de su adiós?
El novel director Pablo Bucca supo, sin duda, extraer de su guión ese clima tétrico poblado por fantasmales apariciones en que las tres mujeres (buen trabajo de Viviana Saccone) se imbrican en la existencia de esos hombres ahora taciturnos. Con cierto aire teatral, lo que no impide que la anécdota se siga con atención, el realizador necesitaba de un elenco que anudase cada uno de los personajes y logró su propósito, ya que tanto Eduardo Blanco como Alejandro Awada y Oscar Alegre supieron dar a sus personajes el misterioso sabor de sus antiguas aventuras.