Misterio en el cajón
Una mujer sucede (2011), ópera prima del director oriundo de Bolívar Pablo Bucca, reconstruye la identidad de una mujer fallecida a partir de distintos relatos. La película, basada en la novela de Luís Lozano, comienza con misterio e irá perdiendo tensión con el transcurrir de los minutos por lo convencional de su propuesta estética.
Una noche de tormenta, llega un hombre solitario a un desierto pueblo. Sin destino alguno buscará donde hospedarse y resguardarse de la lluvia. En el camino se topa con un velatorio, único y extraño lugar cálido para esquivar el temporal, en el que se vela una mujer de desconocida identidad. El encargado del lugar invita al protagonista a jugar a las cartas sobre el féretro, travesura a la que se sumará un tercer hombre. Surgirá la misteriosa identidad de la mujer tergiversada por el relato subjetivo de cada personaje.
La historia es interesante por su propuesta narrativa a partir de los puntos de vista sobre un mismo personaje: la identidad de la fallecida mujer. Cada hombre (Eduardo Blanco, Alejandro Awada y Oscar Alegre) asegura conocer el paradero de la difunta, incluso haber tenido una historia de amor con ella. Los distintos relatos (con Viviana Saccone en el papel de la mujer), lejos de ser realistas, están atravesados por la subjetividad del narrador.
El punto fuerte de un film atravesado por la subjetividad, radica en la composición estética de cada episodio, mediante el cual se refleja el interior –anhelos y fracasos- de cada protagonista. Sin embargo Una mujer sucede apela a toda una serie de convencionalismos para escenificar cada visión: los estereotipos retratados -la mujer seductora, el colectivero bonachón, o el escritor pseudointelectual- distan de toda originalidad perdiendo la impronta de misterio que promovía el argumento en un comienzo.
Así y todo la película, que tiene un trabajo técnico correcto (aunque televisivo), alcanza su objetivo de establecer un juego de subjetividades para desentramar un hecho, apelando a ese lugar imaginario donde el recuerdo es incluso más válido que la propia verdad.