Muerta y llena de misterio
En su primer largometraje, Bucca maneja muy bien la intriga. Con una estructura coral, la trama es atrapante. Enfermedades, secretos y traiciones bajo el signo del desamor.
Un féretro. En torno al ritual de la muerte, una mujer es velada. Pero se desconoce quién es, si tiene familia, un verdadero enigma femenino con una brutal tormenta de fondo en un perdido pueblito del interior. Durante algunas noches y días, sólo tres hombres se acercarán al cajón para reconstruir el pasado de la difunta y así forjar una identidad a conveniencia: pertenecerle.
El director Pablo Bucca, en su primer largometraje basado en la novela del escritor Luis Lozano, presenta a los personajes como si fuesen cartas sobre el paño: Fernández (Alejandro Awada), un escritor que cuenta la historia de Laura, una mujer a la que conoce en una biblioteca y con quién se enreda sentimentalmente; Santos (Eduardo Blanco) habla acerca de su relación con Sofía, una antigua amante y esposa de su íntimo amigo. Por último, Villalba (Oscar Alegre), un empleado municipal que relata cuando era chofer de colectivo y conoce a Rosita, una mujer al borde de la no videncia que busca seguir viendo a través de su imaginación.
Enfermedades, traiciones, secretos, todo regido bajo el signo del desamor articulan las tres historias de los hombres a los que parece no importarles estar frente a un cadáver (¿jugarías al truco sobre un muerto?). Lo que realmente interesa en Una mujer sucede es que ellos no pierdan protagonismo ni cedan un centímetro a su rival en esa surrealista carrera hacia la misteriosa dama inerte.
La intriga permanente y una narración dinámica hacen avanzar al relato con fluidez, mantiene al espectador en el núcleo del conflicto. Eso sí, hay que estar muy atento durante la primera mitad del filme para no perder el hilo de las múltiples historias, sobre todo la de Fernández, y así no enredarse y tropezar en esta verdadera mamushka de corazones rotos.
Con una estructura coral, esta atrapante película se desarrolla en diferentes capas como si fuese una cebolla fílmica, donde los relatos tienen texturas propias y, según su director, tonalidades particulares. “Marrones y verdes en la historia de Fernández y Laura, lo moderno y actual para el relato de Santos y Sofía y mucho contraste y colores brillantes en la narración de Villalba y Rosita”. Todo en pos de descifrar quién es realmente esa mujer que pasó a mejor vida. ¿O no?