Las vimos mejores, las vimos peores, pero, por sobre todas las cosas, las vimos antes. Son las sensaciones que acompañan los primeros minutos de Una noche de amor, que aborda un tema remanido no sólo en el cine local: la rutina que comienza agobiar a los matrimonios entrados en la cuarentena y su consiguiente crisis. Por apelar a la empatía del público, el estrato social de sus protagonistas y hasta por compartir elenco (el caso de Carla Peterson), acaso el antecedente más cercano a la película de Hernán Guerschuny sea Dos más dos (2012), de Diego Kaplan. Pero si allí la válvula de escape apunta a la excentricidad (las prácticas swingers), el cable a tierra aquí es tan terrenal como una cena a solas (aunque quienes viven rodeados de hijos, trabajos y demás saben que concretar una cita de esas características es una proeza).
Paola (Carla Peterson) y Leonel (Sebastián Wainraich) son una típica pareja de clase media (tirando a acomodada) porteña. El es guionista y ella, psicóloga. Tienen dos hijos, muchas obligaciones y el lógico desgaste de los años. Pero un suceso los pone en alerta: sus mejores amigos se separan justo el día en que habían arreglado una salida juntos, lo que les hace replantear su propia relación. Cancelado el compromiso grupal y con los chicos en lo de la abuela, Paola y Leo ven la oportunidad de ponerse a prueba y deciden salir solos. Claro que esa larga noche les deparará una serie de encuentros e imprevistos...
Guerschuny, que ya había mostrado dotes para la comedia romántica en su debut El crítico, aquí suma a Wainraich para el guión, lo que le da luz verde al conductor para las autorreferencias. Algunas de ellas funcionan (es indudable su timing standapero, aunque en su justa medida) y otras resultan un tanto excesivas (la cita al tornado de Atlanta, sólo para mencionar al club del cual es su hincha más famoso). Hay, además, una clara búsqueda de interpelar al espectador al poner sobre la mesa temas que dividen a la progresía bienpensante (los trapitos, las mucamas con cama adentro) pero lejos de sentar posición se disuelven en el chiste oportuno.
Fuera de estos reparos, la química de la dupla protagónica lleva de la mano una película que tiene más de un momento logrado. Un ejemplo es el encuentro el encuentro de la pareja con un arrogante creativo (interpretado por Rafael Spregelburd), que muestra sin tapujos la tilinguería del mundo de la publicidad. O la discusión entre Leonel y el dueño de un garage, donde se pone de manifiesto el orgullo masculino. Una noche de amor tiene muy en claro adónde apunta y logra inevitablemente (al menos en los de este rango etario) la identificación en varios pasajes ¿Se ha formado un nuevo tándem para la comedia local?