El regreso a la pizza con champán
Casualidades o no que Una noche de amor (2016) se estrene en los albores de un gobierno que enarbola la frivolidad como bandera, el vacío ideológico y la despolitización es algo que da que pensar, y más aún si se tiene en cuenta quienes están por detrás. La nueva película de Hernán Guerschuny propone todos esos tópicos a partir de una comedia romántica banal, superflua y un tanto peligrosa en su forma de elegir qué contar y cómo mostrarlo.
La historia es simple. Un matrimonio (Sebastián Wainraich y Carla Peterson) que lleva 12 años de convivencia va a tener una esporádica salida con una pareja amiga. Pero surge un problema y termina saliendo solo. Esa supuesta noche en la que ambos estarán alejados de sus hijos y la vida rutinaria servirá para que el vacío existente en la relación los invada por completo y se muestren tal cual son. Él, un boludo que se ratonea pensando en su vecina, y Ella, una insatisfecha sexual con la histeria a flor de piel. Aunque para el resto la pareja será perfecta y seguirá junta hasta quien sabe cuándo.
El problema de la película no es lo que cuenta sino como lo cuenta. Pero lo peor es la línea ideológica que maneja. Los pobres son malos y dan miedo, las mucamas son ejes de burla y menosprecio, los viejos son tratados como tontos, los empleados merecen ser humillados y los únicos que valen la pena son los ricos, lindos y famosos, aunque descerebrados. Pero eso parece no importar. La película retrata seres mediocres, infelices y superficiales desde un lugar donde pareciera que eso termina siendo una virtud.
Más allá de lo terrible de lo ideológico, Una noche de amor está compuesta por una serie de gags que pretenden sacar una carcajada, algo que a duras penas sucede no más de tres veces en los 84 minutos de metraje. Quien escribe esta crítica asistió a una función central de un complejo de Recoleta, donde se supone que el público asistente podía lograr identificación con algún que otro personaje, pero solo se escucharon unas pocas risas en no más que un par de momentos. Claramente la película falla en ese sentido también.
Para decir algo positivo se puede destacar el acabado técnico y lo “prolijo” de su forma, aunque la pintoresca Buenos Aires tiene más que ver con un comercial fort export que con la realidad, y ni hablar de la agobiante banda sonora que se escucha en más de las tres cuartas partes de película. Las actuaciones, sacando a Rafael Spregelburd que compone un personaje y Justina Bustos, como la vecina, no existen porque cada uno hace de sí mismo.
En conclusión Una noche de amor es una película fallida, pero ese termina siendo un problema menor al lado de todo lo que ideológicamente propone. Con bajada de línea desde el amarillo de los títulos de inicio.