Observe and report
Este proyecto, segundo largometraje de Hernán Guerschuny tras El crítico, parte de un guión que estaba trabajando su protagonista, Sebastián Wainraich. Y el humor de Wainraich (radial, teatral) es un típico humor de observación, que tiene una fuerte raigambre en el stand-up y la sit-com, y en autores como Jerry Seinfeld o Woody Allen; básicamente un tipo de humor que en el cine se puede reconocer como neoyorquino: dilemas de clase media, neurosis, intelectualidad licuada a través de referencias culturales, psicoanálisis. Una noche de amor, por tanto, se sostiene sobre la base de esa mirada constante que el guionista reproduce a través de onliners y de su propia presencia hierática y desapasionada: precisamente la falta de pasión en una pareja con doce años de convivencia es el centro del relato, y eso hace que la falta de recursos actorales de Wainraich (inteligentemente protegido por su propio guión) sirvan de alguna forma para conceptualizar el asunto.
Una noche de amor es durante una hora ese paseo por la noche porteña que protagonizan Leo (Wainraich) y Paola (Carla Peterson), quienes habían arreglado una salida de a cuatro con un matrimonio amigo, pero ante la separación de los partenaires se enfrentan a compartir unas horas a solas. La tesis del film es que la convivencia y la rutina que arrastran los años transcurridos achatan el interés de la pareja. Hay algo bueno en todo esto, y es cómo lee Wainraich (un tipo inteligente, sin dudas) que las tensiones de la pareja nunca se debaten directa o explícitamente, sino que surgen a partir de trivialidades: la elección de un restaurante, la pelea con un cuidador de coches, la forma en que cada uno se para ante la intransigencia del empleado de un garage. En primera instancia, el choque es con lo que la ciudad, lo urbano, impacta a la pareja. De ahí que la idea de segmentar el relato a unas pocas horas (en la senda de una Después de hora, digamos) y en el recorrido nocturnal de la pareja sea totalmente acertado, más allá de que a Guerschuny parece faltarle el nervio necesario para que el derrotero tenga un crescendo o una tensión acorde. Los conflictos que irrumpen en la convivencia de la pareja pueden ser calificados de clasemedieros, pero a diferencia de un film como Relatos salvajes (donde se hacía apología de la mirada de clase media), Wainraich desde el guión tiene la capacidad para retorcer una poco esa mirada estancada. El progresismo bienpensante existe en el relato, pero también se lo complejiza y se lo pone en conflicto a través de la mirada de los dos protagonistas.
Pero Una noche de amor lejos está de ser satisfactoria, incluso parece más el borrador de un buen film al que le faltan varias vueltas de tuerca para cerrar. El primer inconveniente es que evidentemente Wainraich piensa en palabras. Y si bien no hay nada malo en eso, la película es ganada constantemente por una quietud asfixiante que precisa de poner a los personajes a charlar para resolver sus conflictos. Los pocos recursos visuales que el film exhibe, incluso las metáforas (como esa nafta que amenaza con paralizar el auto en el que se mueven Leo y Paola), son pobres y poco desarrollados. Y el otro gran inconveniente de Una noche de amor es que lo observacional funciona aquí como único punto de interés: detrás de eso, no parece haber mucho más. Cuando Seinfeld trabaja su sit-com desde la sumatoria de observaciones que hacen sus personajes, hay una relación directa con la forma que adquiere la serie y cómo la misma se construye como una reflexión constante sobre la nada. Lo mismo con Allen: sus películas pueden ser vistas superficialmente como una serie de onliners ocurrentes, pero hay una correspondencia formal en el movimiento con el que la cámara representa los diálogos y también una profundidad necesaria hacia cierto existencialismo.
Lo de Una noche de amor parece un homenaje humilde a los grandes maestros o peor, un mero relato autoindulgente que conecta exclusivamente con los oyentes del programa de Wainraich en la radio. Lo indudablemente cierto es que cuando la película necesita ponerse trágica, cuando amenaza la ruptura, recurre a un surrealismo decididamente vacuo. Pero, aún peor, en determinado momento, cuando Leo -es decir Wainraich- debe confesarse y sincerarse respecto de su forma de afrontar la relación, el film exhibe todas sus costuras empezando por la mala performance de su protagonista. Si bien los conflictos que surgen no son más que una lógica continuación de lo que la primera hora mostraba (tampoco es que la película se ponga demasiado compleja o sofisticada), Una noche de amor se los podría haber ahorrado y apostado decididamente a la comicidad tenue y asordinada que la sostenía hasta ese momento.