Por la plata baila el mono, y eso es lo que podría decirse de Una Noche en el Museo 3. Es el capitulo final de una innecesaria trilogía, la cual se transformó en tal simplemente porque recaudó dinero, siguió recaudando dinero y terminó recaudando dinero. Nadie pensó en que la historia era mala, o que carecía de vuelo para estirarla tanto, o de que ninguno de los involucrados tenía entusiasmo en seguir con ella - a excepción de un jugoso cheque que los obligara a reincidir en esta cosa insulsa que transformaron en franquicia -. Los decorados costosos abundan, los carisimos efectos especiales inundan la pantalla, y las estrellas - tanto del show como las invitadas - han pasado sus generosas facturas, con lo cual el dinero abunda... pero lo mas barato de todo - lo que es gratuito y lo provee la naturaleza -, que es talento, gracia y originalidad para poner en papel algunas ideas y chistes efectivos... eso, brilla por su ausencia.
Una cosa que me resulta inexplicable es que estos filmes sean tan malos considerando la distancia que separa uno del otro (3 años para la segunda entrega; 5 años en el caso de este tercer - y final - capítulo de la saga). Si uno se demora en generar algo que supone un trabajo intelectual, es de creer que el mismo se ha tomado su tiempo para madurar, crecer y pulir, dando un resultado mas o menos decente; pero las instancias de Una Noche en el Museo parecen haber haber sido escritas dos semanas antes del rodaje, y ser mas bien una serie de sketches que el director y los actores cómicos de turno (con su gracia natural) intentarán mejorar con algo de improvisación en el set al momento de filmar. Lamentablemente aquí todos parecen aburridos o cansados - el peor es el querido Robin Williams, el cual parece sumamente empastillado todo el tiempo y es incapaz de pestañear en cada una de sus escenas - y operan en piloto automático. Ben Kingsley apura el tranco para decir sus líneas sin sonrojarse y cobrar rápido el cheque, Ricky Gervais se ve visiblemente incómodo con el deslucido rol que le han asignado, y ni siquiera el líder del show, Ben Stiller, parece ponerle algo de ganas al asunto. Tampoco la dirección es una maravilla: yo creo que Shawn Levy es un horrendo director de comedias (vean sino el reboot de La Pantera Rosa), pero al menos mostraba cierto talento al apartarse del género e incursionar en cosas mas serias como Real Steel y Hasta Que la Muerte los Juntó (2014). Esto es una seria regresión, sólo disculpable si este bodrio recauda millones ya que en Hollywood importa mas la efectividad que el talento.
La historia es bien boba: la tabla mágica - que da vida a todas las cosas exhibidas en el museo de ciencias naturales que custodiaba Ben Stiller - se está deteriorando, y la única manera de resolverlo es irse a Londres para ver al faraón que mandó fabricar el objeto. Esto es la excusa para cambiar de país y museo, y ver a un montón de actores ingleses haciendo el ridículo. Hay nuevos bichos, nuevos esqueletos andantes, nuevas esculturas amenazantes, y el villano de turno - que no deja de ser un bonachón malintencionado -, encarnado por Dan Stevens (el cual se ha convertido en el sabor de moda; ¿próximo James Bond?). La gente corre detrás del flaco mientras éste, portando la tabla, le da vida a un montón de esculturas famosas de la capital inglesa. Al menos la correría da lugar a la escena mas graciosa del filme, que es cuando se meten en medio de una función del musical Camelot, y Hugh Jackman y Alice Eve se la pasan cantando. Las caras de Jackman (y su intentona de convertirse sin éxito en Wolverine) salvan fugazmente al filme del anonimato total.
Dificil recomendar algo que carece de gracia. Todo está muy forzado y estirado como para intentar camuflar que la anécdota es demasiado chiquita para un largometraje. Hay demasiados efectos especiales, demasiada exageración y demasiados chistes sin gracia - la peor ofensora de los sentidos es Rebel Wilson, pero ésa ya es como su marca de fábrica -. Es triste ver tanta gracia desperdiciada y es triste ver a un amigo como Williams en los estadíos menos agraciados de una enfermedad bastarda, la cual te quita toda tu lucidez y diluye tu personalidad. El mejor favor que podría habernos hecho Una Noche en el Museo 3: El Secreto de la Tumba hubiera sido permanecer en los anaqueles de un sótano, juntando polvo mientras se posponía su estreno para toda la eternidad, ya que de ese modo no sólo escondería en las arenas del olvido su falta de gracia sino tambien la triste imagen final de un cómico épico y a quien todos quisimos como si fuera de la familia.