Fórmula que aún logra hacer reír
Obviamente, luego de dos películas, la fórmula está un poco agotada, lo que no impide que esta tercera parte de "Una noche en el museo" esté llena de detalles simpáticos. Todo empieza con Ben Stiller ascendido a organizador de las actividades nocturnas del museo neoyorquino donde transcurrieron los dos films anteriores de esta saga, y dado que no tiene mejor idea que apuntarse como responsable de efectos especiales de una noche de gala, y los efectos no son otra cosa que dejar sueltos a todos los seres que reviven luego del atardecer, el asunto termina en un pandemónium memorable.
Pero las razones del desastre no tienen que ver con la torpeza, sino con algo malo que le sucede la tabla mágica egipcia que es la que provoca que todo reviva por las noches. De ahí surge que el protagonista y los miembros principales de su troupe, incluyendo al simpático monito capuccino y a Teddy Roosevelt (Robin Williams en su último trabajo) tengan que viajar a Londres, en cuyo museo está la solución para cualquier misterio egipcio.
Entre las novedades se puede destacar a un simpático Sir Lancelot (Dan Stevens) que cobra un protagonismo especial en la trama, además de un graciosísimo faraón personificado por Ben Kingsley. También hay un dinosaurio londinense menos amistoso que su par neoyorquino, y una notable lucha con una serpiente monstruosa. Por lo demás, hay situaciones bastante calcadas de las dos películas anteriores, pero no por eso menos eficaces. La película es graciosa y tiene muy buen ritmo, los efectos especiales son de primer nivel, y realmente hay que ver al minúsculo cowboy que interpreta Owen Wilson corriendo despavorido por las calles de Pompeya.