Ben Stiller suelto en Londres
Pasaron casi diez años desde la primera entrega y Larry (Ben Stiller) ya está acostumbradísimo a ver en movimiento a todas las criaturas de cera del Museo de Historia Natural de Nueva York que vigila durante las noches. Incluso ahora también lucra usándolas como "efectos especiales" durante una cena de beneficencia. Pero las cosas salen mal porque el particular elemento que permite el hechizo está oxidándose. ¿Cómo repararlo? La respuesta está en el museo londinense.
Con ese punto de partida como excusa narrativa, el grupo cruzará el Atlántico para dar pie a un film que se moverá entre la comedia y la aventura sin funcionar en ninguna de sus dos vertientes. La primera, porque es previsible, forzada y carente de la sorpresa que podían generar las entregas anteriores; la segunda, porque el guión -uno de cuyos autores se apellida... ¡Guion!- está más preocupado en destacar las bondades de los museos y la importancia de aprender que en construir una narración sólida. Se entiende, entonces, el largo y estirado desenlace destinado a clausurar la saga.
¿Algo a favor? Ben Stiller, amo y señor de cuanta película protagonice, que le pone todo su oficio para darle carnadura ya no a uno sino a dos personajes, convirtiéndose en el único que parece saber, al menos para sus adentros, lo mucho mejor que Una noche en el museo 3 podría haber sido.