Tercera y última parte de la comedia de tono fantástico impulsada por Ben Stiller en el papel del guardia de seguridad del museo que conoce el secreto que se esconde detrás de esas paredes. En esta ocasión, una maldición se desparrama y el protagonista debe viajar al Museo Británico de Londres para lidiar con un faraón que pondrá al mundo en peligro.
Una noche en el museo 3 tiene al comienzo el espíritu de Indiana Jones, cuando un niño hace un terrible descubrimiento, para pasar luego a una trama que nunca se olvida del entretenimiento y parte de una nueva amenaza. La eficacia del relato, apuntado a un público familiar, reside en el doble rol que ocupa Stiller, acá visto también como un hombre prehistórico, y en la sucesión de gags y efectos que pueblan la pantalla.
Resultan saludables las participaciones de Ben Kingsley como el Faraón, pasando por el destacado papel del desaparecido Robin Williams y de Ricky Gervais como el director, hasta los cameos de Dick Van Dyke, Mickey Rooney y del australiano Hugh Jackman haciendo de sí mismo cuando es interrumpido por Lancelot (Dan Stevens) en plena representación teatral.
Como por arte de magia, los esqueletos de los dinosaurios cobran vida y regresan los personajes más conocidos y otros nuevos en una aventura eficaz que no deja de lado su fin didáctico (la ciudad de Pompeya arrasada por la lava). De este modo, desfilan Atila, el Huno (Patrick Gallagher); la indígena Sacajawea (Mizuo Peck), el clan prehistórico, el presidente Roosevelt (Williams) y los diminutos Octavio (Steve Coogan) y Jedediah (Owen Wilson).
Al ritmo impreso por Shawn Levy se suma la siempre convincente actuación de Stiller que sabe jugar el juego mejor que nadie y despierta empatía inmediata con el público menudo. Cierra la historia y concluye el círculo de las criaturas que están destinadas a ser observados una y otra vez detrás de las vitrinas del museo.