Capítulo final para una trilogía que supo traer a la pantalla grande un género que cada vez abunda menos, el de la comedia familiar, apta para todo público, sin dobles sentidos y que puede entretener tanto a grandes como a chicos.
Shawn Levy, de quien hace poco vimos la curiosa Hasta que la muerte nos unió, vuelve a ponerse al frente de la dirección al igual que las dos anteriores para otorgar un film que se debe ver con varias licencias y pretensiones medidas.
Esta vez Larry (Ben Stiller) es toda una estrella en el Museo de Historia de Nueva York, no sólo es el guardia sereno, sino que aprovecha el secreto que se guarda en el interior de esas paredes para otorgar un espectáculo fastuoso de reapertura al que todos tomarán como de “efectos especiales”.
Pero ese espectáculo no sale bien, las figuras vivientes comienzan a comportarse extraño, creando un caos que pone en peligro su continuidad, la de su jefe y la del museo en sí. ¿La razón? La misma tabla egipcia que da vida a todo el museo parece contener una maldición que acaba con su hechizo luego de un determinado tiempo.
Todo esto, dará lugar a que Larry y los suyos deban mudarse a Londres a encontrar al faraón responsable de la tabla que les explique cómo revertir la maldición antes que sea demasiado tarde.
Lo primero que se advierte en esta tercera entrega, es el hecho de que todo luzca a excusa para trasladar rápidamente la acción a la capital inglesa para mostrar un nuevo museo y nuevos personajes Faraón y esposa, Sir Lancelot, dragones, figuras de la cultura china, nuevos dinosaurios, y un largo etcétera incluido.
Por otro lado, si en el guión se notan varios baches, y puntos que cierran con la lógica debida, todo se disimula a fuerza de gags efectivos y el talento humorístico de todos los presentes (Stiller, más Robin Williams en su último papel, Ricky Gervais, Owen Wilson, Steve Coogan, y las nuevas incorporaciones de Rebel Wilson y Dan Stevens) en un conjunto convincente.
Una noche en el museo 3 es un producto convincente que a esta altura no pretende innovar ni mucho menos, todo lo contrario, respira clasicismo, el espíritu de la comedia típica estadounidense.
Cuenta a su favor que a esta altura ya no es necesario hacer una introducción a los personajes, que el espectador ya debería saber a qué abstenerse y cuál es el juego. Sin demasiadas vueltas puede darse el lujo de ser coherente y entregar una sucesión de gags y cameos interesantes, sin dejar de lado el mensaje edificante ni la cuidada factura técnica.
Quienes la analicen profundamente podrán decir que estamos frente a una comedia menor, pero Una noche museo sabe a qué público está dirigida, y ellos son los que saldrán satisfechos sabiendo que se les dio lo que se les prometió, y de regalo, un cierre de toda la historia sin fisuras.