Aventura y mucha emoción
Con cambio de guionistas pero no de director ni del elenco principal, llega la que parecería ser -nunca se sabe- el cierre de la trilogía de Una noche en el museo. Ahora el destino -siempre con origen en Nueva York- será el Museo Británico porque hay que revitalizar la tabla egipcia dorada, la que da vida de noche a los habitantes del museo (de los museos en general). Con ese punto de partida y el protagónico de esa máquina de solvencia cómica llamada Ben Stiller, la película revive a personajes de las dos primeras y agrega otros, como por ejemplo el Neanderthal Laaa (interpretado con mucha gracia salvaje por el propio Stiller), un Lancelot un poco relamido y una guardia británica interpretada por la actriz cómica de moda Rebel Wilson.
Hay efectos especiales en abundancia y son deslumbrantes (también lo es el trabajo con la luz del mexicano Guillermo Navarro) y, sobre todo, hay grandes posibilidades en términos de resonancias emocionales: esta tercera entrega de Una noche en el museo plantea la posibilidad de la muerte (o el fin de la animación vital) de estos personajes del museo, con algo del pathos que rondaba la obra maestra Toy Story 3. Y hay más: como Robin Williams es uno de los protagonistas, todo coqueteo con la muerte de los personajes va más allá de este relato en particular y se profundiza, en especial a menos de seis meses de la muerte del actor. Se profundiza porque la realidad de su muerte pesa, y porque nos recuerda una vez más que el cine puede devolver a la vida a quien ya no está. Podría pensarse también que esta trilogía plantea el poder vivificante del cine -de su poder de animación en general- a través de los museos, lugares en los que lo antes quieto adquiere movimiento.
La trilogía, además, presenta grandes posibilidades de aventuras con todas las épocas, geografías y culturas que abarcan los museos visitados. Ese enorme potencial se ve reducido, disecado, por el director canadiense Shawn Levy y sus habituales formas automáticas y adocenadas, en las que cuesta divisar cualquier tipo de personalidad creadora. La trilogía filmada por Levy es ostensiblemente menor de lo que podría haber sido con un director con potencia imaginativa.
Con Una noche en el museo 3 -menos sorprendente que la primera entrega, pero mejor, menos plástica, que la segunda- estamos ante una película de aventuras aceptable y podríamos haber presenciado una demostración brillante de imaginación y ritmo. El propio Stiller -uno de los grandes directores del Hollywood actual- podría haberla hecho mucho mejor.