El síndrome invertido de Peter Pan
El relato propone una narración en la que se juegan en paralelo dos situaciones que terminan siendo la misma: las dificultades que tiene Larry, el guardián del museo, para aceptar la libre decisión de aquellos que están o han estado bajo su paternal cuidado.
Si ya la idea general podía remitir a la propuesta germinal de Toy Story (objetos inanimados que en cierto momento cobran vida), esta última entrega, Una noche en el museo 3, prácticamente replica el argumento de la última entrega de Pixar sobre Woody y Andy, y las dificultades que el primero padece por aceptar el crecimiento del segundo y su ingreso a la universidad, con la obvia finalización de la hora de los juguetes que ello implicará.
Las historias populares que han tematizado el deseo de la infancia eterna son numerosas, la más celebre fue escrita por James Mathew Barry a comienzos del siglo XX en coincidencia con los primeros años del desarrollo de la tecnología cinematográfica, cuyo principal atractivo en aquel entonces estaba puesto en el registro puro del movimiento y en la consecuente eternización de los acontecimientos y sujetos cinematografiados.
En el cine no se envejece; el tiempo registrado del celuoide es un tiempo fuera del tiempo, y por ello no es casual ni sorprendente que los primeros cronistas, publicitarios y emprendedores relacionados con el cine vieran en el artefacto y en su increíble técnica un equivalente a la invención frankeinsteiniana (Cfr. Noël Burch; 1999). La obra de Barry nos habla de un miedo patológico al crecimiento y a la madurez, y por lo tanto de un deseo de ser siempre niño, lo cual va asociado irremediablemente a una concepción simplificada de la vida adulta o de la madurez, como el fin de la ingenuidad, de la creatividad, de la diversión etc. Uno de los intentos más interesantes de subvertir esta lógica fue el film Quisiera ser grande (Big; 1988), donde el protagonista es un niño cuya vida de infante lo trastorna de modo tal que su único deseo es crecer para poder realizar lo que verdaderamente le gusta.
Toy story 3 y Una noche en el museo 3 nos ponen también delante de una especie de inversión de este síndrome de Peter Pan: si en el personaje de Barry encontramos el deseo de ser un niño eterno, aquí nos encontramos con un deseo diferente, más complejo: de tener siempre el control, el deseo de la eterna paternidad y de la infantilización de los hijos por parte de sus padres, o el deseo de la sujeción permanente de los subordinados por quienes ejercen el poder en la actualidad.
La resistencia al crecimiento de aquel otro sobre el cual organizamos nuestra personalidad, así como la nostalgia que padecemos ante la desaparición de aquellos lugares que consideramos esenciales de nuestro pasado, remiten irremediablemente a la resistencia de nuestra propia mortalidad y el carácter fugaz de nuestra existencia; en definitiva, la incapacidad de admitir el flujo de la vida en cualquiera de sus dimensiones, parece evocar las angustias propias ante la muerte.
Cuando el vínculo con el otro se caracteriza por la asimetría (como ocurre con la relación entre padre e hijo o cualquier relación de tipo paternal, que caracteriza el vínculo entre Larry y los objetos del museo), el proceso de autonomización que protagoniza el subordinado pone a su autoridad frente a una muerte que es doble: de su autoridad sobre el subordinado (puesto que el proceso de emancipación supone precisamente el ponerse los individuos al mismo nivel) y del fin en sí de la vida, por la conciencia del paso del tiempo, inescrutable.
Como se ha mencionado, esta temática ha sido puesta ya en escena en las producciones de Pixar, tanto en torno a las peripecias de Andy, como en las del pueblito olvidado de Radiador Springs (Toy Story 3 y Cars, respectivamente) Una noche en el museo 3 no agrega gran cosa a esta interesante cuestión, ni en lo dramático, ni en lo emocional; de hecho, lo que en aquellas producciones resulta el tópico central del argumento, aquí no pasa de ser un elemento secundario, que si bien no está demás tampoco adquiere peso propio. Sin embargo este tema se desarrolla en el marco de una estructura cómica lo suficientemente sólida como para sostener la totalidad del relato con gags efectivos y de precisa factura que parecen funcionar por sus propios méritos.