Lupa hiperrealista sobre lo cotidiano
Phil y Claire están convencidos de ser “un aburrido matrimonio de New Jersey”. ¿Se están muriendo en vida? Algo así. Pero en esta nueva “fábula de rematrimonio”, la pareja se reconquistará tras atravesar una conmoción monumental.
¿Qué razón habría para ir a ver una comedia mainstream dirigida por Shawn Levy, cuyos antecedentes se reducen a un par de olvidables remakes (Más barato por docena, La Pantera Rosa) y a las vacuas y aparatosas Una noche en el museo y Una noche en el museo 2? Ninguna... Momentito, que hay una. Y de peso, como que se trata de Tina Fey, heredera genuina de los grandes del género, ex guionista de Saturday Day Live, factótum de la extraordinaria serie 30 Rock y guionista de la muy buena película Chicas pesadas. Aunque aquí sólo actúe, podría apostarse que metió mano en cada línea de diálogo. Otra razón es Steve Carell, claro, que tendrá cara de piedra, pero también muy buen timing para la comedia. También están Mark Wahlberg, James Franco, ese tipo perturbador que es William Fichtner... Y resulta que al guionista, un tal Josh Klausner (coautor de la próxima Shrek), no le falta inteligencia. Y que Fey & Carell tienen una química bárbara. Y que Shawn Levy no la arruina. Conclusión: Una noche fuera de serie está muy bien, merece verse, vale la pena. Sí, señor.
Toda la primera parte se sostiene sobre esa especie de lupa ultrarrealista sobre lo cotidiano, que constituye una de las grandes virtudes del género. Con dos hijos chicos y pasada la barrera de los 40, los Foster, Phil (Carell) y Claire (Fey), atraviesan esa fase en la que, si logran juntar fuerzas para salir un viernes a la noche, a la vuelta están tan cansados que ni hablar de un “rapidito”. Una amiga confiesa que con el marido hacen el amor dos veces a la semana, y Claire lo interpreta como jactancia. La insatisfacción de Phil pasa por otro lado: le reprocha a Claire ser una especie de pulpo doméstico, que siempre hace antes que él todas las tareas de la casa. O ésa es al menos su excusa para hacer poco y nada. Phil y Claire está convencidos de ser “un aburrido matrimonio de New Jersey”. ¿Se están muriendo en vida?
Si eso sucede, será la película la que les dé oportunidad de revivir. Una noche fuera de serie es lo que para el teórico Stanley Cavell eran muchas de las comedias “de salón” de Hollywood: fábulas de rematrimonio. En aquéllas (Lo que sucedió aquella noche, La pícara puritana, La octava mujer de Barbazul) la pareja se reconquistaba tras atravesar una conmoción monumental, que los ponía al borde de la aniquilación. Es lo que les ocurre aquí a los Foster, a partir del momento en que él tiene la brillante idea de hacerse pasar por otro matrimonio –mecanismo básico del género– para conseguir mesa en uno de esos restaurantes tan pero tan hot que los recepcionistas se comportan como divos. Ni Phil ni Claire sospechan que detrás de sus dobles (James Franco y Mila Kunis, que en una lúcida escena se comportan como espejo invertido de los Foster) andan un mafioso italoamericano (Ray Liotta), sus matones, una pareja de policías corruptos y hasta el mismísimo fiscal de distrito de la ciudad de Nueva York.
Con el D. A. como muy desagradable perverso polimorfo (Fitchner está perfecto), cierta escena en una disco le da, a la “denuncia política” de Una noche fuera de serie, un poder de convicción que los thrillers políticos actuales ni por asomo tienen. A su turno, el objeto de deseo que interpreta Mark Wahlberg pone en cuestión la presunta fidelidad mutua de Phil y Claire. No hay duda de que Una noche fuera de serie sería mejor de no rendirse ante algún cliché hollywoodense, como una larga persecución automovilística llena de choques, frenadas y autos rotos. Pero así como está, está muy bien, porque hay una sintonía fina entre la inteligente descripción de personajes del guión y las actuaciones de Carell y Fey, que son gente piola. A propósito y dando por sentado el éxito de Una noche fuera de serie (en Estados Unidos se estrena mañana), ¿le abrirá la puerta Hollywood de una vez por todas a la Sra. Fey? Es de suponer que sí. Queda por ver si se animan a darle libertad absoluta, como en la tele. O si –como suelen hacer– prefieren pagarle fortunas para reconvertirla en peoncito sumiso, al servicio de cualquier berretada.