Liam Neeson, santo patrono de la violencia
En el cine del siglo 21, se convirtió en el mejor protagonista de los filmes más crudos y violentos.
Liam Neeson había prometido que ya no interpretaría personajes duros y violentos. Por suerte no cumplió la promesa. Y aquí lo tenemos de nuevo encarnando a Jimmy Conlon, un veterano delincuente, atormentado por sus crímenes pasados, que debe retornar a las malas prácticas por el imperio de la fatalidad.
Con distintas variantes, la fórmula fue probada y aprobada tanta veces que no debería sorprender que siga siendo eficaz. Hay que tener en cuenta, además, que Una noche para sobrevivir es la tercera película de la sociedad Neeson-Jaume Collet Serra, que tan buenos resultados diera en Desconocido y Sin escalas.
La primera mitad de esta nueva colaboración es brillante: una perfecta combinación de drama, tragedia y acción. Conlon debe salvar a su hijo del hampa y de la policía corrupta. El problema es que salvarlo implica enfrentarse a su mejor amigo, Shawn Maguire, un capo mafioso (interpretado por Ed Harris) que maneja los hilos de la ciudad y que pretende vengar la muerte de su propio hijo.
El escenario es Nueva York de noche, retratada en todos sus contrastes, desde la incandescencia turística de Time Square hasta el hacinamiento de los conglomerados de edificios donde viven los estratos inferiores de la sociedad. Como sólo puede hacerlo una mirada extranjera, Collet Serra le devuelve a la metropoli limpiada por la ideología de la tolerancia cero de Rudolph Giuliani la oscuridad de sus peores años, aquellos que rememoran Conlon y Maguire en sus amargas conversaciones.
Sin embargo, lo que sostiene la tensión no es tanto esa rivalidad entre viejos amigos como la necesidad de Conlon de reivindicarse frente a su hijo. Un hijo que es una buena persona y que ha cortado los lazos con su padre de un modo tan definitivo que ni siquiera le permite conocer a su esposa y a sus hijos.
Otra de la virtudes de Collet Serra es la economía de movimientos con la que expone todas esas historias previas a la noche en que se desata la guerra. Y si bien algún que otro diálogo suena poco creíble, conviene recordar que el planteo básico de un delicuente con conciencia de culpa sólo puede ser producto de la ficción.
Lo que tal vez complica innecesariamente las cosas es la aparición de una asesino a sueldo, contratado por Maguire, que origina varias escenas de acción magníficas, pero que desvía la atención del núcleo fundamental del conflicto y cuya presencia sólo parece justificarse para prolongar el suspenso y para que se luzca el rapero Common.
Por supuesto, escrita con sangre, la palabra "reivindicación" se lee "redención". Liam Neeson es el santo patrono de la violencia del cine del siglo 21. Nadie como él puede ser tan patético disfrazado de Papá Noel borracho, al principio de la película, y a la vez tan sublime al final.