En un momento de Una Noche para Sobrevivir, Jimmy Conlon (Liam Neeson) salta y se dobla el tobillo y Collet-Serra registra su caminata a lo John Wayne. Aquí Liam renguea por una caída y no lo hace para cancherear ni porque sus pies son muy chicos para su porte o por el peso de su cinturón como pasaba con John Wayne, pero hay en esa escena y en esa elección -o en esa casualidad- un posible tributo que encierra en ese mínimo gesto toda una idea de Collet-Serra y de la película: el fanatismo por el clasicismo y la idea de hacer westerns modernos disfrazados de thrillers. New York también está disfrazada y cubierta de tormentas eléctricas; no es la Nueva York careta del sueño liberal de hoy en día, sino una más parecida a la de las olas de crímenes y robos de antes de la tolerancia cero de mediados de los 90, y este disfraz sobre otro -porque también es el viejo oeste de Collet-Serra- es el universo físico donde se desarrolla la acción de este thriller o, como decían los chicos de antes para categorizar a los westerns, de esta “película de tiros”.
La estética general es una mezcla de neo-noir anfetamínico con movimientos bien hip a lo Google Street View. Al igual que en Non Stop, su anterior -y gran- película, el protagonista es un borracho venido a menos que está esperando que la calaca le dé pasaje al averno. Lo apodan “El Sepulturero” por la cantidad de tipos que se cargó en el pasado, pero de aquel sólo queda la leyenda: sigue en la mafia por simpatía y lástima de su amigo y jefe Shawn (un inoxidable Ed Harris). Los une también la historia especular de su relación con sus hijos, la de querer una mejor vida para ellos que la que ellos mismos tuvieron; el ascenso social a través de “mi hijo, el dotor” de nuestras clases populares trasladado a la mafia irlandesa de la gran manzana.
El mayor problema de esta nueva pieza de la -hasta ahora- trilogía neoclásica de Collet-Serra con su John Wayne moderno es el de ciertas decisiones poco arriesgadas que se contradicen con algunos aspectos de una propuesta que asomaba rabiosa y con simetrías adultas. A saber: si los policías están involucrados con la mafia, entonces los diálogos resaltarán que “también hay policías buenos”, y otros tipos de infantilismos. La figura del detective interpretado por Vincent D’Onofrio era suficiente para tranquilizar consciencias de derecha, no había necesidad de dialoguitos berretas. Lo mismo con los valores tradicionales; está todo ahí, en la puesta en escena: el poder de la heterosexualidad, la importancia de los hijos varones, las familias tipo, no había necesidad de subrayarlos. En Una Noche para Sobrevivir los excesos no son los disparos de salva sino la sensiblería apuntada a un público subnormal adicto al diálogo torpe para reforzar convicciones, cursilería innecesaria que por momentos da un poco de vergüencita. De todos modos, el director Collet-Serra y el guionista Brad Ingelsby siguen estando por encima de la media del cine industrial americano.