Enemigos íntimos (y mortales)
Cada vez debería haber menos dudas acerca de que la película más influyente en el cine de Hollywood de los últimos 20 años (y también en otras cinematografías, porque hay ejemplos en Corea del Sur) ha sido Fuego contra fuego, de Michael Mann. En Una noche para sobrevivir se hace presente una vez más -como lo hizo en The Town, de Ben Affleck, y en Batman, el caballero de la noche, de Christopher Nolan, por nombrar sólo dos film que reconocen su deuda con aquel clásico- el encuentro de los hombres enfrentados en el territorio neutral de un bar, en la disposición de la persecución final, en el sostén del moribundo en modo pietá, en la evacuación del edificio, en la importancia de los planos aéreos de la ciudad y en los medios de transporte como motivo visual. También en diálogos que en su búsqueda de profundidad no se amedrentan frente al riesgo de lo pretencioso, y en ese respeto mutuo que se prodigan los que están enfrentados mortalmente.
Una noche para sobrevivir es, además, una película que recupera una tradición de podredumbre urbano-criminal-policial en Nueva York con aroma del cine de los 70, y con algo del noir de décadas anteriores. Y a estas alturas ya se puede decir también que es "una de Liam Neeson con un pasado que lo atormenta sobre sus espaldas".
Una película de mafiosos irlandeses; el exitoso (Ed Harris), el fracasado (Neeson), y sus hijos: cruces criminales y alguna coincidencia excesiva que hay que aceptar para que den comienzo la acción y las persecuciones (una en coche es brillantemente setentosa), las amenazas, los ajustes de cuentas. Después de establecer el punto de partida argumental, la película despliega y sostiene con solidez su apelación a los sentimientos (pathos) y sus coordenadas éticas durante casi todo el relato.
El director catalán Collet-Serra usa inserts urbanos como stacattos, música que replica con buen criterio la intensidad de los conflictos y una iluminación que no embellece (dicho esto como un elogio). Todo estaba listo para un policial memorable, y si Collet-Serra no llega a las alturas que promete desde hace rato (La casa de cera, La huérfana) no es por carencias sino por excesos: algunas secuencias se estiran y sus resoluciones también, y hay alguna mínima trampa (la bañadera) para generar tensión (ya sobraba), con lo que la lógica se resiente parcialmente. La película ya era intensa y poderosa sin pasarse de condimentos. Lo torvo de sus personajes necesitaba algo más de sequedad, de reverberación proveniente del equilibrio entre la explosión de la violencia y la acción y alguna mayor contención. Pero aún con sus defectos este thriller -que por momentos suma a Tony Scott a sus influencias- corre y sobrevive con hidalguía y devoción genérica.