El realizador de “Accidentes gloriosos” viajó a China para realizar allí un largometraje en tono de comedia acerca de las desventuras de dos perdedores que intentan reunir a dos personas muertas en una “boda fantasma” y así hacerse una pila de dinero.
Fruto de una beca que le permitió al realizador argentino pasar varios meses en China para hacer una película, UNA NOVIA DE SHANGHAI se presenta como una curiosidad que seguramente sorprenderá a muchos: una película china de un realizador argentino. Es que, más allá de la aparición en un rol secundario de la actriz Lorena Damonte, el elenco, los diálogos y las situaciones que se ven en el filme son totalmente locales. Es decir, chinas. La película se presenta como una fantasía en tono de comedia dramática que cuenta las desventuras de dos losers que deben llevar un ataúd a través de Shanghai hasta el puerto y subirlo a un barco carguero.
¿Para qué? Ahí está la historia. Es que ambos se topan casualmente con el fantasma de un hombre recién fallecido en un hotel que les pide ese favor, ya que según cierta milenaria tradición china, quiere reunirse con su amante en el “más allá”. Y para eso –para ese casamiento fantasma– deben estar enterrados juntos. Los perdedores de turno se meten en una serie de complicaciones (con dinero, con mujeres, etc) en este camino complicado, un camino que hacen igual ya que el fantasma en cuestión les ha prometido una buena suma de dinero al finalizarlo. En el camino, estos personajes conversan y sueñan con irse de allí a un lugar sudamericano como… México.
La película tiene momentos cómicos y otros líricos en medio de un recorrido por distintas zonas de Shanghai y alrededores. En los viajes de los protagonistas uno es testigo de una ciudad y de un país que cambia radicalmente en las apariencias pero que aún se mantiene apegado a ciertos mitos y tradiciones. Así, mientras un fantasma los guía y unas mujeres se suman a su recorrido pasan sus días los simpáticos y torpes protagonistas. Y así, también, transcurre esta celebración romántica y casi nostálgica en medio de una ciudad que hoy parece dedicada a convertirse en una postal de sí misma, con sus recién casados en permanente plan selfie, más preocupados en ver cómo lucen en las fotos que en eso que antiguamente llamaban “eternidad”.