ENCARGOS ANCESTRALES Y ECONOMICOS
Acostumbrado a un registro experimental, Mauro Andrizzi arriesga en Una novia de Shanghai a moldear su cine bajo estructuras un poco más convencionales: estamos ante una suerte de comedia de enredos, protagonizada por dos chinos que encuentran un cadáver y deben darle sepultura para cumplir con el deseo de un fantasma. Además, el film nace como un proyecto de película por encargo, a partir de un concurso organizado por una empresa que invitó al realizador a filmar en China, pero elude inteligentemente esa convención que podría haber mostrado su génesis en el orillo y se construye como un relato con elementos autorales bien precisos.
Una novia de Shanghai es el transitar de sus dos protagonistas por paisajes reconocibles y no tanto de esa ciudad gigante, una especie de road movie urbana en el que los personajes se cruzan con varios personajes -a cuál más excéntrico-, mientras trasladan un pesado ataúd. Algo errante en su narración, como el camino de los personajes, la película encuentra sus mejores pasajes en situaciones retratadas con un humor entre absurdo y lisérgico, y en la contemplación que hace la cámara de Andrizzi de las calles de la fascinante Shanghai: un rompecabezas colorido y singular que aporta el marco inmejorable a una historia bajo toda norma delirante.
Como decíamos, a pesar de ser un proyecto financiado por una compañía con fines publicitarios, Andrizzi mantiene la organicidad y la originalidad en las imágenes y los recursos con los que las construye. Es un film libre, que se nutre tanto de la comedia tradicional como de la espiritualidad oriental, con elementos de “el gordo y el flaco” y puntas de contacto con Nueve reinas, que además exhibe por momentos el ojo de buen documentalista del director. El tema del “encargo” (económico en el director, ancestral en los protagonistas) está presente en la premisa que moviliza a los protagonistas, y el director juega con eso y se divierte.