El novelista Steve McVicker escribía aún la novela “I love Phillip Morris” cuando Glenn Ficarra y John Requea conocieron el argumento basado en la historia contada por el periodismo texano sobre Steven Russell, un mentiroso compulsivo, cuya patología, estafas mediante, lo llevó a la cárcel. El dúo de realizadores decidió inmediatamente llevar a ese personaje a un guión cinematográfico.
Russell era un marido y padre de familia “modelo americano” hasta que al recuperarse de un accidente descubrió que hubo un cambio en su sentir, a partir de ese momento supo que era gay y sin culpas ni remordimientos comenzó a vivir su vida con esa opción sexual.
Hasta aquí el espectador tiene la sensación de que todo será una cómica historia estereotipada sobre relaciones homosexuales al ver en pantalla los esfuerzos del protagonista para tener una relación estable con otro hombre, aunque busca afianzarla por medio de la imagen que puedan proyectar, sobre todo la de un taxi boy que lo dejará en la bancarrota y ahí la vida de Russell, la trama cinematográfica y las expectativas del espectador toman un giro inesperado hacia la tragicomedia.
El mentiroso y hábil Steven Russel para mantener su vida rumbosa incurrirá en delitos financieros que lo conducirán directamente a prisión. Allí le sucederá algo que no pensaba que le ocurriría, se enamorará de su rubio y vulnerable compañero de celda y vivirá preso y feliz hasta que el sistema carcelario los separa y las peripecias para reencontrarse ocuparán la trama central del guión.
El espectador que piense que se trata de una historia de amor que puede darse también entre heterosexuales no estará errado en su apreciación, porque el mensaje es la búsqueda, y la defensa en este caso, del amor que completa de manera definitiva. Aunque no sea por el camino tradicional que marcó hasta hace poco la sociedad argentina, y que marca todavía el colectivo social de los Estados Unidos donde esta obra cinematográfica no ha podido ser estrenada.
El actor Jim Carrey como Steven Russell esta vez compone desde su interior para proyectar sentimientos sin recurrir a la parafernalia gestual, y deja bien en claro la dualidad que el personaje posee de mentir y estafar pero ser absolutamente sincero en la manera de brindar su amor al ser que ha elegido. Ewan McGregor como el angelical Phillip, objeto de este amor, también otorga a su personaje dos facetas, la de dejarse querer bajo protesta de los medios que su enamorado utiliza para amarlo, pero ser consciente que él no puede dejar de amar a ese mentiroso.
Carrey está alejado del estereotipo, pero McGregor lo roza de manera permanente sin llegar al desborde.
Los que sí llegan a desbordarse en algunas escenas son los realizadores, quizá por la compleja magnitud del protagonista que los conduce por momentos a adentrarse en el género del absurdo alejándose de la estructura narrativa.
La música no es original pero logra acompañar de manera divertida las incidencias.
Esta obra cinematográfica no está destinada sólo a la comunidad gay sino que será disfrutada, sobre todo en sus gags por todos los espectadores.
El metamensaje es que amar es un sentimiento que involucra a todos los humanos, aunque se lo experimente y se lo exprese de diferentes maneras ya sea con un ser del mismo sexo o estafando o excediendo los límites. O todas esas cosas simultáneamente.